En el fervor de los mítines la objetividad no es posible, las palabras se llenan de soflama partidista y el mensaje es lineal, plano y monolítico, hecho a la medida de quien lo quiere escuchar, cargado de una retórica recurrente y ambigua, donde suele darse la paradoja de afirmar una cosa y su contraria, dependiendo del lugar y del público a quien vaya dirigido. Los mítines no admiten, por lo general, la posibilidad de réplica o de imprecación, se trata de una propuesta unidireccional y estática que sirve más como un baño de multitudes que como otra cosa, los predicamentos suelen estar mezclados con las ocurrencias, la facundia y las palabras vacías, y gozan de una escenografía propia donde prima más la forma que el fondo.

La esencia del debate, por el contrario, reside en la confrontación, en la defensa de posiciones encontradas y contrapuesta, en el convencimiento a partir de un razonado proceso de diálogo, donde es casi imposible salirse por la tangente, porque enfrente estará quien le haga el marcaje, quien le hostigue, quien le increpe, quien le pida una mayor concreción, clavándole los colmillos en la yugular ante el menor síntoma de flaqueza. Los debates representan la esencia misma de la política basada en el contraste, donde se desvelan de una manera palmaria, sin ambigüedades ni subterfugios las más secretas intenciones de cada cual.

XLOS DEBATESx van a constituir la única nota colorista de esta precampaña, frente a una marabunta de promesas fatuas en las que se pretenden rebajar los impuestos a la vez que aumentar el gasto social, como si se persiguiera la cuadratura del círculo, anteponiendo además lo individual a lo colectivo, con la intención de cautivar la voluntad de una parte de la sociedad a base de dádivas, sin explicar de dónde saldrán los recursos para financiarlas, porque cada una de estas ayudas por pequeña que parezca, al multiplicarse por tantos beneficiarios constituye una cantidad muy difícil de poder ser asumida.

En ocasiones anteriores las promesas trataban de mejorar la situación económica del país y con ella, fomentar el empleo y reactivar el consumo, la sanidad o la educación, ahora se han dejado a un lado estas sutilezas, obviando este tipo de propuestas porque pecaban de generales, de etéreas e intangibles y eran más difíciles de ser percibidas. Algunos políticos se han convertido en vendedores de humo, en contorsionistas de la palabra, actuando como esos ciclistas novatos e ingenuos que saltan ante cualquier demarraje, sin percatarse que en el país vecino alguien ganó las elecciones porque se atrevió a prescindir de las consabidas milongas y encaró la situación con toda la crudeza que requería, sin preocuparse por salir distorsionado en la fotografía de las encuestas.

Rajoy , ha debido pensárselo mejor antes de aceptar un embate de estas características. Si tenemos en cuenta que una de las mayores preocupaciones de los socialistas es la dificultad que tienen a la hora de movilizar a su electorado, un debate televisado puede significar el aldabonazo y el revulsivo que andaban buscando, ya que si Zapatero sale victorioso, le votarán por identificarse con un proyecto ganador, y si pierde se sentirán en la necesidad moral de arroparlo para cortarle el paso a la derecha, además los debates favorecen la bipolarización, el bipartidismo y que la izquierda propenda al voto útil.

Este debate es consecuencia de la situación de igualdad a la que están sometidos los dos grandes partidos. Rajoy ha aceptado en la consideración de que el cara a cara es una oportunidad única, y fía todo a que la suerte le sonría, sabedor de que dialécticamente está mejor dotado que Zapatero y que frente al talante de éste y su simpatía ante a las cámaras, él puede contraponer unas mayores cotas de estabilidad, de serenidad y de aplomo.

La postura de rechazo manifestada en un principio por Rajoy respecto a que el debate se realizara en la televisión pública obedece a la sensación de soledad a la que podría verse expuesto en caso de que en el debate participen todos los partidos, una exigencia que puede producirse debido a que se trata de la televisión pública. Lo más conveniente sería que se emitiera en abierto para que todos los medios, incluida la radio, pudieran disponer de las mismas oportunidades.

El electorado conoce sobradamente las posturas de uno y otro respecto a las cuestiones fundamentales, el debate solo servirá para despejar alguna duda, y matizar algunos aspectos referente a la política antiterrorista, la política exterior, la economía o la política territorial, lo demás será accesorio, y solamente servirá para medir la desenvoltura, la capacidad de razonamiento, la sutileza y la persuasión de cada contendiente, donde es posible que los entremeses y los prolegómenos sean tan sustanciosos como el propio debate.

*Profesor