El comercio ambulante se sitúa en el origen mismo de la civilización, tanto de Oriente como de Occidente. Dio lugar a grandes ciudades por todo el mundo y jugó un papel fundamental a lo largo de la historia en la transmisión de información, culturas y tradiciones, así como en el establecimiento de rutas y comunicaciones terrestres y marítimas.

Nuestros pueblos, por tanto, no se entienden sin el comercio ambulante, sin ese día a la semana en el que vecinos y vecinas, normalmente de edad media-alta, se encuentran, hablan, socializan y aprovechan para comprar diferentes productos a un precio adaptado a las maltrechas economías familiares.

Al otro lado de los puestos se encuentran tres mil familias, autónomos y autónomas, que dinamizan la actividad económica en nuestros pueblos. Familias como las de mi amigo Abel o la de Samara, que fueron mi primer contacto con el sector hace más de una década.

Se levantan a las seis de la mañana. Aún de madrugada, preparan la carga, revisan que esté todo a punto, llenan el depósito, que cada día está más caro, y se dirigen al pueblo que toque ese día.

Sin apenas tiempo para tomar un café comienzan a montar los hierros de la plataforma, a colocar la lona, levantar dos metros y medio de parada, instalar los mostradores y armar los tableros, protegidos y adornados con telas. Para cuando empiezan a llegar los primeros clientes, a eso de las nueve de la mañana, ya han descargado y clasificado todo el género, ordenado cada mesa y colocado los carteles con precios y publicidad.

Sobre la una y media, después del frío o el calor, del ajetreo, de risas y de algún que otro enfado, comienza el proceso inverso y toca desandar el camino.

Llegan a casa en torno a las cuatro pero la jornada aún no ha terminado. Por la tarde van al polígono o a la tienda de confianza para reponer el género que han vendido. Todo ello, siempre y cuando no haya llovido o no haya habido algún percance con la furgoneta, pinchazo, avería o algo peor. Y mañana a las seis de la madrugada todo vuelve a empezar.

Este es el día a día de miles de trabajadores y trabajadoras que recorren nuestra región siempre pendientes del cielo y de las diferentes ordenanzas municipales de cada pueblo. Para fortalecer este sector, desde Podemos Extremadura hemos presentado la Ley de Comercio Ambulante para que se establezca un marco común a nivel regional, para que se unifiquen criterios, se eliminen arbitrariedades y se aporte cierta seguridad a las miles de personas que se dedican a ello. Una Ley muy similar a otras ya existentes en otras regiones como en la Comunidad de Madrid, Andalucía o Región de Murcia y que, además, cuenta con informe positivo del Instituto de la Mujer de Extremadura en el que se refleja que si saliera adelante, la Ley favorecía la creación de empleo femenino.

No podemos seguir maltratando a los y las profesionales de una actividad que, además, favorece el comercio local durante los días en los que se desarrolla en nuestros pueblos.

Pero esta Ley se encuentra pendiente de un hilo debido a que el Partido Popular ha solicitado su eliminación, lo que supondría un gran revés para miles de personas que se levantan antes del amanecer para sacar adelante sus familias.

Un grave ataque a un sector que además de mercadillos incluye a puestos de artesanía y otras actividades en vía pública en la que se da salida a productos de proximidad favoreciendo realmente la economía circular, es decir, la economía local.

Esperamos que el Partido Socialista y Ciudadanos apoyen mañana esta Ley para que familias como las de Abel, Samara, José Luis, Antonio o Andrés puedan seguir trabajando con tranquilidad y seguridad en nuestra tierra, y no tengan que emigrar.

No podemos permitir que se ponga en peligro una actividad que lleva entre nosotros desde tiempos inmemoriales. Es nuestro deber protegerla para que perdure por los siglos de los siglos.