Ayer España despertó siendo mejor España. En circunstancias políticas de gran complejidad, el país se movilizó masivamente el 28-A, con el quinto mejor resultado de participación desde 1977. Además, esa alta participación —siempre en momentos de cambio (1977, 1982, 1996, 2004)— podía abrir dos caminos: un gobierno a lomos de una ultraderecha crecida o un gobierno progresista. Es una magnífica noticia que la primera opción haya quedado descartada.

La ultraderecha pudo ser tsunami y se quedó en marejada, lo que nos aleja momentáneamente de los riesgos a los que está sometida la aldea global y, especialmente, Europa. Sin embargo, no debemos olvidar que Vox ha obtenido más de 2,5 millones de votos y, lo que es más importante, ha marcado la agenda de una derecha que, sumando los tres partidos, supera los 11 millones de votos.

La peor noticia de la noche fue el gran crecimiento de los nacionalismos en general y del independentismo catalán en particular. En ambos casos estuvo en torno al 50%, llegando a sumar todos los partidos nacionalistas casi 2,5 millones de votos. Más allá del laberinto catalán —que lleva determinando la política española más de un lustro y que seguirá haciéndolo al menos otro—, los nacionalismos son siempre insolidarios, excluyentes y reactivos al cambio y, por tanto, poco amigos de consensos y de avances sociales equitativos, las dos cosas que necesita España.

La polarización es una noticia neutral, en cuanto que los españoles ya nos hemos acostumbrado a ella. La ley electoral ha penalizado en escaños la división de la derecha, pero lo cierto es que ambos bloques (izquierda/derecha) mantienen sociológicamente las espadas en alto con 11 millones de votos aproximadamente cada uno. Aunque estemos acostumbrados, y hasta a veces parezca que nos gusta, es indiscutible que sin amplios consensos más allá de las políticas de bloques, España no saldrá adelante.

Por eso, precisamente, no es en absoluto banal la exigencia que le hizo a Pedro Sánchez la militancia vigilante en Ferraz la noche electoral: «¡Con Rivera no!». El pulso nada soterrado que se produjo entre Sánchez y la militancia mientras se celebraba la victoria se puede resumir en este diálogo espontáneo: Sánchez: «Vamos a tender la mano a todas las formaciones políticas»; militancia: «¡Con Rivera no, con Rivera no!»; Sánchez: «Lo he escuchado, pero mirad una cosa, nosotros no vamos a hacer como ellos, que ponen cordones sanitarios». Fue, sin duda, el momento de la noche.

Es evidente que la militancia del PSOE acertó al apoyar a Pedro Sánchez en las primarias de 2017. El partido ha recuperado 2,5 millones de votos, con una victoria inapelable, doblando en escaños al segundo. Pero es importante no olvidar que la militancia del PSOE apoyó a un Sánchez que se inmoló por no pactar con la derecha de Rajoy, que clamó en el programa Salvados contra la alianza del poder político, económico y mediático, y que prometió una profunda regeneración del partido. Dejando a un lado esta última, que sigue pendiente, los otros dos asuntos son incompatibles con entenderse con Albert Rivera. La militancia se lo recordó el domingo a las puertas de Ferraz. Este asunto aparentemente interno será crucial en la política española durante el nuevo ciclo que se abrió el domingo.

El hundimiento del PP, la impotencia de Vox y el crecimiento de Rivera, dejan a este como favorito para liderar el centroderecha español: aunque José María Aznar ha fracasado de momento en su estrategia, sigue influyendo mucho en esa orilla y siempre ha tenido en mente a Rivera como relevo, algo en lo que coincide con el poder económico internacional.

Siendo así, el PSOE tiene dos opciones: un gobierno estable con Ciudadanos, con una mayoría absoluta de 180 diputados, que además facilitaría la formación de gobiernos autonómicos y locales también estables dentro de un mes, o un gobierno en minoría con apoyo de Podemos e independentistas, quedándose en un intrincado laberinto. Lo primero no se lo perdonaría la militancia ni la ciudadanía y lo segundo aboca a cabalgar graves contradicciones. Así que la exigencia «¡Con Rivera no!» —que podría convertirse en el «¡No nos falles!» que le gritaron a Zapatero en 2004— se transforma en pregunta, y las elecciones del 26-M en una segunda vuelta que lo paraliza todo.

*Licenciado en Ciencias de la Información.