Hace dos meses, Erdogan lanzó una ofensiva del ejército turco contra los kurdos, que puso de nuevo a la Unión Europea frente al espejo de sus contradicciones, cuando el presidente turco amenazó con que, si se criticaba su masacre de los milicianos kurdos, que fueron los mejores luchadores contra el Estado Islámico, soltaría sobre Europa los tres millones de refugiados sirios que alberga. La amenaza surtió efecto: la masacre de kurdos sigue, y mientras Turquía estrecha relaciones con los países europeos, España incluida. Ya se sabe el trato con Turquía: nunca será miembro de la Unión, sino el guardia de seguridad a la puerta que impida la entrada de indeseables.

Hace ahora ochenta años la prensa francesa llamaba así, «indeseables», al medio millón de españoles que huían del avance franquista tras la toma de Barcelona. La historia, al final, puso en el lado de la vergüenza a quienes despreciaban a los españoles, como pondrá a quienes estigmatizan a los refugiados, sea Orban o la ultraderecha alemana.

El libro Los afectos (Varasek, 2019), del poeta Ernesto García López (Madrid, 1973) refleja su experiencia de la crisis de los refugiados en el verano de 2015 cuando, encontrándose con su pareja de vacaciones en las islas griegas, sufrió el impacto de ver llegar a ese lugar idílico a miles de personas deshechas por la pérdida y el cansancio. «Un grupo de refugiados permanece allí mismo, a la vista de todos los turistas que pasean entre restaurantes, barcos de recreo y una sensación de paz y molicie». Impacto especialmente fuerte en alguien que durante mucho tiempo había trabajado en proyectos de cooperación internacional, en países tan distintos como Albania, Marruecos o Perú, y que veía cómo la solidaridad era puesta a prueba por un éxodo de dimensiones masivas.

Al contrario que cierto tipo de poesía social en la que lo social elimina la poesía, Ernesto García López sabe que no hay cuestionamiento social sin cuestionar el lenguaje. Si sus primeros poemarios, Voz (1998), Ética del silencio (2000) y Fiesta de pájaros (2002), giraban en torno a la indagación sobre la identidad, siempre al acecho de la alteridad que nos habita, a partir de El desvío del otro (2008) se observaba un deseo de descubrirse en una compañía que no anulara la individualidad sino que la enriqueciera por reacción, tratando así de llegar a «la comprensión del yo pasando por el desvío del otro». Este empeño, proseguido en el «ejercicio de desborde» que fue su libro Ritual (2011), uno de los poemarios en español más innovadores de la década, adquirió un marcado carácter político en Todo está en todo (2016), que reflejaba la experiencia del autor en la participación de los movimientos del 15-M.

Cada poema de Los afectoses precedido por una noticia (naufragios con decenas de ahogados, la muerte de personas concretas, como el marroquí Oussa) y una cita de T. S. Eliot, el gran poeta conservador de la tradición occidental, confrontando así la cultura europea con el «hormigueo de lo vivo» que traen los rostros desencajados por el hambre y el miedo, esos rostros que ponen a prueba nuestras comodidades asépticas con «la lógica de lo impuro / la terrible y áspera lógica / del hueso puesto a secar».

Si la primera parte del poemario, «Cóncavas naves (por mar)», da a estos refugiados la dignidad de la Odisea o los argonautas de Jasón, la segunda, «Hacia la gran cúpula (por tierra)» sigue la travesía por el continente. Ante los fríos titulares y estadísticas que dejan a los muertos «reducidos a simple anécdota», el poeta recuerda que «la condición humana es un viento que insiste más allá de su matriz» y en él, lejos de nacionalismos limitadores, siente como «arraiga una especie de raízpoema dentro / que se dispara» hacia la solidaridad.

* Escritor.