Mis antiguos compañeros de curso en el colegio San Antonio en Cáceres han creado un WhatsApp que les sirve para mantenerse en contacto, algo tan común que hasta sirve para echarse unas risas con solo echar un vistazo rápido a los mensajes. Son las ventajas de la tecnología, a veces convertida en una máquina del tiempo que nos permite hasta recuperar la imagen de quienes fueron compañeros de pupitre.

No hace falta que les diga que resulta un ejercicio estupendo reencontrarse con viejos amigos, cada uno con una vida que, en algunos casos, hasta sorprende. Imagino que si no hubiera sido por el servicio de mensajería instantánea de mi móvil hoy no podría contarles que quien se sentaba a mi lado en las clases de latín ya es juez o el de la otra fila, abogado. Algunos encontraron su futuro en otras profesiones tan distintas como inimaginables por las dotes que demostraron en los viejos tiempos.

Y como pocos se conforman con el WhatsApp, para el próximo mes de junio han convocado una comida de confraternización que promete ser, para los que no hemos ido a las anteriores, un auténtico deleite. El paso del tiempo o las edades del hombre, qué más da, si lo importante es saber si la vida les ha ido bien, tanto o más que a esos profesores que, aún en activo, nos enseñaron a saber acentuar. Coincido de vez en cuando con Quini y Antonio , los dos de Lengua, y siempre tengo la tentación de agradecerles cuánto me enseñaron. Sin ellos seguro que esta columna no sería la misma. Igual que sin los compañeros que bromean en WhatsApp.