TCtuando uno se encuentra fuera de casa y le sobreviene alguna enfermedad, accidente o acontecimiento incontrolado, procura volver cuanto antes a su hogar, convencido de que allí encontrará la seguridad que le proporciona la familia, los amigos, los vecinos, el médico de cabecera. Si en caso de esa grave necesidad una persona decidiera instalarse lejos de su casa, entre vecinos desconocidos, separado de la familia y de los amigos y resolviera acudir a un médico cuya valía desconoce, cabría deducir que esos elementos que proporcionan, desde siempre, la seguridad, habían minado la confianza del enfermo.

Si a este proceder de elemental sentido común, se le suma el mandamiento de la mística abulense de que en tiempos de zozobra no se debe hacer mudanza, alguien, además de inventarse un enemigo objetivo, como en los peores tiempos, para calmar a las bases y mitigar los errores, tendrá que explicar por qué ante una catástrofe como la de Atocha el pueblo eligió a una persona sin experiencia de gobierno para que le dirigiera en momentos en los que ante todo se busca seguridad y confianza.

¿Se habría convertido el médico de cabecera en un hombre autoritario, desaprensivo, sin reflejos, mentiroso, del que el enfermo, dadas las veces que había sido engañado, tenía derecho a desconfiar?

*Filólogo