El secretario de Organización del PSOE, José Blanco , revelaba hace poco que el discurso de investidura del actual presidente del Gobierno español se pretendía antes del 14 de abril dada la significación política que esta fecha ha cobrado en los últimos años. Una significación política, me temo, incómoda para los dos grandes partidos del arco parlamentario, no así para quienes nos reclamamos ajenos al consenso en torno a la figura del monarca Juan Carlos I .

El 14 de abril, es una obviedad decirlo a estas alturas, se conmemora el aniversario de la proclamación pacífica y festiva de la República Española en 1931. Todas las plazas en aquel día, incluyendo las principales de Cáceres, Mérida, Badajoz y Plasencia, se llenaron de banderas tricolor y ciudadanos que daban la bienvenida a un nuevo régimen democrático que sustituía al extinto reinado de Alfonso XIII . Apenas 48 horas antes pocos podían sospechar la celeridad de los acontecimientos.

Vino la república apoyada por los principales partidos democráticos, por las izquierdas y el movimiento obrero, por los escritores y filósofos de la Agrupación de Intelectuales al Servicio de la República , por los artistas, poetas y soñadores, por las mujeres aún sin derecho al voto, por los laicistas, por todos aquellos que proclamaban un cambio drástico en los asuntos públicos desterrando definitivamente los vicios del clientelismo, la corrupción, el militarismo, el bipartidismo dinástico y el caciquismo que habían sustentado desde 1876 a la Monarquía de Sagunto.

XPARA LOSx republicanos de entonces, cuatro eran las tareas prioritarias: democratizar todas las instituciones, acabar con el analfabetismo y la falta de cultura, limitar el papel de los generales y coroneles en la política y descentralizar el poder político. El sufragio universal extendido a las mujeres, el voto libre, la construcción intensiva de escuelas públicas, las misiones pedagógicas, el Estatuto de Cataluña, la reforma del Ejército propuesta por Manuel Azaña dan muestra de la importancia de los cambios que se vivían. Añadamos a ello la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores y trabajadoras, la discusión, eso sí fallida, de la reforma agraria y las políticas laicistas.

Cayó la república por un nuevo golpe de Estado que instauraría el régimen militar más cruento y criminal de nuestra historia reciente: 40 años de franquismo. La monarquía de Juan Carlos I ha sucedido al Estado franquista, dejando de lado la legalidad de la II República y la memoria de quienes lucharon por las libertades y la democracia en la guerra civil.

Pero 30 años después los consensos de la transición se resquebrajan y nos encontramos con una reivindicación de la memoria de los vencidos, una revisión del papel de la II República --fuente de todos los males como machaconamente se repetía en las escuelas durante la larga noche del franquismo-- y un cuestionamiento de una monarquía que frente a los principios de igualdad y elección convierte la Jefatura del Estado y de los Ejércitos en un cargo hereditario.

Quien suscribe este artículo se reclama republicano. Apuesto por una república que es la máxima expresión democrática: todos los cargos son elegibles y ningún apellido --sea Borbón, Windsor o Capeto-- supone más privilegios que los que detentan los Pérez, García y López. Suscribo además una república, que como la II, se acompañe de un programa regeneracionista: que consagre el principio de la paz, de la laicidad (la necesaria e imprescindible separación Iglesia/Estado), del federalismo, de la igualdad y la preeminencia de los público, de la austeridad en el ejercicio de la política y de la democratización a fondo, esto es, la incorporación de la participación ciudadana en todos los asuntos. De hecho, y por resumir, los valores básicos del republicanismo del siglo XXI siguen siendo los valores clásicos de la modernidad: libertad, igualdad y fraternidad.

Y como republicano no caigo en las trampas lingüísticas de la monarquía republicana o la república coronada que algunos emplean para justificar el juancarlismo frente a una posible y pendiente ruptura democrática. ¿Ingenuo? Tal vez ¿utópico? Desde luego. Pero la historia nos enseña que de manera sorpresiva, y sin aviso previo, se producen los grandes cambios y revoluciones. Este 14 de abril de 2008 ponemos una piedra más en la construcción de la tercera República Española. ¿Quién sabe que pasará en las próximas 48 horas?

*Excoordinador general de IU

Extremadura. Representante de Unidad Cívica por la República en Cáceres.