La frustrante, por intrascendente, comparecencia de Mariano Rajoy , el sábado, para explicarse sobre el 'caso Bárcenas ' tuvo ayer la réplica del líder del principal partido de la oposición. Si en las horas previas a la rueda de prensa de Alfredo Pérez Rubalcaba se especuló con la posibilidad de que el PSOE anunciase la presentación de una moción de censura al presidente del Gobierno, la propuesta socialista fue, simplemente, reclamar la dimisión de Rajoy por considerarlo políticamente incapacitado tras conocerse las presuntas pero graves irregularidades financieras del PP.

En realidad, poco más puede hacer el Partido Socialista, porque una moción sería --a efectos prácticos-- un brindis al sol dada la mayoría absoluta de que goza el PP en el Congreso. A menos que hubiera una grave ruptura de la disciplina de voto entre los diputados populares --inimaginable, al menos hoy--, esa legítima iniciativa parlamentaria estaría condenada al fracaso y podría ser considerada no sin razón como meramente propagandística, como ocurrió en los dos únicos precedentes de la España constitucional (en el año 1980 contra Adolfo Suárez y en 1987 contra Felipe González ). Y la misma razón aritmética convierte en muy poco realista ahora mismo plantear un adelanto de las elecciones apenas 14 meses después de las últimas celebradas.

De modo que el relevo que Rubalcaba exige en la Moncloa solo sería posible con un candidato surgido de las filas del propio PP... o con uno del estilo de Mario Monti en Italia. Ninguna de las dos hipótesis resulta verosímil, aunque el deterioro y el enrarecimiento de la situación política y económica alimenta todas las cábalas. Pero el grave déficit de credibilidad de los representantes públicos españoles es un déficit de credibilidad de las instituciones mismas, por lo que un relevo en la cúspide del poder ejecutivo no implicaría necesaria ni automáticamente una mejora en el combate contra la corrupción.

Y, sin embargo, Rajoy y el Partido Popular tienen en estos momentos un gravísimo problema que no pueden solventar con un cierre de filas a la espera de que amaine la tormenta. A la incertidumbre de muchos españoles por el futuro debido a la crisis económica no puede añadirse la incertidumbre sobre el vigor de la democracia. Urge una regeneración que deben encabezar los propios partidos sintonizando de verdad con los ciudadanos. ¿Sabrán hacerlo?