Creo que debemos hacer un esfuerzo para no seguir hablando de los controladores aéreos, puesto que ellos han tenido la humildad de comunicarnos que, al comprobar que comentamos sus sueldos, y los criticamos, les estamos produciendo una grave tensión que podría repercutir en su trabajo. En fin, no vaya a ser que por chismorrear sobre las huelgas encubiertas de los controladores aéreos vayan a chocar dos aviones. Silencio. Mutismo. Discreción. Un poco de respeto a la gente sensible. Me imagino que las esposas y los maridos no les levantarán la voz, que los guardias municipales no les molestarán con una multa, que no se le ocurrirá a la Agencia Tributaria someterlos a una inspección fiscal, que no tendrán un cuñado hinchapelotas, y que los vecinos guardarán un respetuoso silencio cuando duerman, no sea que se vayan a irritar y luego se espachurre un avión.

Creíamos que estábamos ante personas normales, como nosotros, pero estamos ante un colectivo extraordinario, llenos de hipersensibilidad. Los demás seres mortales cuando se retrasa la salida del avión y no podemos llegar a ese encuentro del que dependía nuestra empresa, o se cancela el vuelo, y no podemos dar el último adiós a un ser tan querido como moribundo, o no llegamos a tiempo al trabajo, o perdemos un enlace que nos debería llevar a otro país, como carecemos de la sensibilidad de los controladores aéreos, no padecemos, no nos irritamos, no nos enfadamos y no afecta para nada en nuestro rendimiento profesional. Es decir, que los ciudadanos españoles se dividen en dos clases: los sensibles controladores aéreos a los que hay que cuidar de una manera especial, y el resto de los empadronados a los que los controladores aéreos pueden tocarles los cojones con sus huelgas --encubiertas, visibles o intuidas-- porque como somos insensibles y gilipollas se nos puede maltratar sin que eso represente un peligro para nadie.