Este no es un artículo a favor de la república, aunque podría serlo. Tampoco un manifiesto en contra de la monarquía. Bucear en la trayectoria de los Borbones se lo dejo a los académicos, y si además forman parte del Institut Nova Història -el de Miguel de Cervantes, Diego Velázquez, El Greco y William Shakespeare como supuestos catalanes ilustres- igual salta la liebre y descubrimos que Fernando VII, además de un mastuerzo y un mojón contra el progreso, era originario de Reus.

No, hablo de los de ahora y además lo mío es otra cosa: congoja y estupor cívico por cómo se va difuminando sin mucho estruendo el último capítulo de un descalabro reputacional que arrancó con la muerte de un elefante en Botsuana y ha llegado hasta el último nivel de descrédito con la supuesta corrupción a gran escala en Arabia Saudí. Globalización monárquica. Todo presunto, como diría Mariano Rajoy, pero escandalosamente llamativo. Porque 100 millones de supuesta mordida en un contrato internacional por parte de un jefe de Estado y de los que, en teoría, 65 fueron a parar al bolsillo de una compañera de alcoba, deja a las series de trama política más osadas de Netflix y HBO a la altura de un simple culebrón juvenil.

Que la única respuesta oficial siga siendo que Juan Carlos I es inviolable como rey (emérito), no solo da alas a las exigencias de Unidas Podemos para investigarlo, sino que también supone un torpedo en la línea de flotación de la confianza colectiva. Y sin embargo está pasando todo como si tal cosa. ¡Viva el virus! Pero, ojo, cuando el covid-19 sea historia y hayamos recuperado un cierto sosiego -hasta el próximo susto-, el Corinnavirus seguirá infectando los órganos vitales de este sistema llamado monarquía parlamentaria. Y ya se sabe que los virus pueden mutar, hacerse más peligrosos.

The walking dead empezó así y lleva 10 temporadas. Claro que ahí lo más grave ya no son los zombis -que también- sino cómo pueden reaccionar las personas sanas en situaciones extremas. Nada está escrito. Que conste en acta.

* Periodista