Aunque la crisis sanitaria causada por el covid-19 solo acaba de empezar, ya podemos extraer algunas lecciones importantes que revelan la gran cantidad de fallas de un sistema que hace aguas por todos lados desde hace tiempo, sin que se haya querido poner nunca el suficiente empeño en solucionar.

Por de fuera hacia dentro, lo primero es destacar que un mundo globalizado económicamente no lo está en absoluto a la hora de afrontar crisis que pueden resultar letales. China y Corea del Sur han encontrado fórmulas eficaces para detener el virus, pero eso no ha servido en absoluto para que otros países, como Italia o España, hayan aprendido nada en la gestión de su propia crisis.

En el siguiente escalón, ¿dónde está la Unión Europea? Desde la aplicación de medidas totalmente distintas entre países, pasando por la diferente manera de afrontar el cierre de fronteras, hasta el punto de que el Ministerio de Sanidad francés desaconseja la ingesta de Ibuprofeno, mientras el español no ve contraindicaciones. Todo demuestra una total descoordinación, un desentendimiento de los unos respecto a los otros, un sálvese quien pueda. El fracaso de la UE ante el covid-19 es un clavo más en el ataúd de una de las utopías políticas más bellas del siglo XX, que ya incluso a los más europeístas nos cuesta defender, después de la imposibilidad de crear una Constitución, de la incapacidad ante la crisis financiera de 2008 o del Brexit.

Ya dentro de nuestras fronteras, hemos tenido que asistir a la toma de decisiones distintas por cada comunidad autónoma, a veces, incluso, por provincias y hasta por municipios. Se ha tenido que decretar el estado de alarma para que un mando único —al que Euskadi y Cataluña no querían sumarse— ordene la gestión de un país convertido en un reino de taifas, donde el estado autonómico da muestras de un agotamiento insostenible.

Otro elemento que ya se ha puesto de manifiesto es que el sistema de salud, aun funcionando razonablemente bien, presenta una evidente carencia de profesionales que, además, en muchos casos, poseen contratos precarios. Algún líder político lo ha reconocido estos días, asumiendo que esa situación no puede permanecer por más tiempo. Sería éticamente loable que, aprovechando la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea del próximo 19 de marzo, que sancionará con seguridad a España por abuso de temporalidad sobre más de 800.000 empleados públicos, el Gobierno decretara la conversión en fijos de todos esos contratos en fraude de ley, comenzando por los profesionales sanitarios.

Aún es pronto para evaluar las terribles consecuencias económicas que sufrirá España a causa del covid-19, pero ya podemos intuir lecciones importantes. La primera es la gran fragilidad de nuestro sistema laboral, que hace insostenible la supervivencia de muchos trabajadores —especialmente autónomos— si la crisis supera el mes de duración. Igualmente, la tremenda dependencia del sector servicios, que es el más afectado por el cierre decretado, acabará poniéndose de manifiesto más pronto que tarde.

Errores garrafales, como permitir la manifestación del 8-M en plena expansión del virus nos han demostrado que los intereses políticos siguen colocándose en ocasiones por encima del bien común, incluso hablando de crisis sanitarias. Otros fallos de gestión, como no restringir los medios de transporte —principales vías de difusión del coronavirus por toda España, y que incluso con el estado de alarma en vigor siguen funcionando— revelan, una vez más, que esta crisis nos ha pillado con una clase política manifiestamente mejorable.

¿Qué decir de la irresponsabilidad ciudadana? Los madrileños que se cogieron vacaciones y propagaron el virus por las zonas de costa o los que —incluso con el estado de alarma en vigor— organizan fiestas, salen de paseo, o se van de turismo a la montaña. Una prueba viva de que los gobiernos democráticos desde 1975 no han puesto suficiente énfasis en crear una ética pública. Al final, España es un país liberal en el que todo el mundo cree que puede hacer lo que le venga en gana.

Ojalá todas estas lecciones, y las muchas que aún nos tiene reservadas el covid-19 nos ayuden a aprender algo. Les confieso que no soy muy optimista.

* Licenciado en Ciencias de la Información