XExl derecho de los niños y las niñas a ser adoptados, a tener una familia que les ame y que les proteja, inspira la totalidad de la legislación internacional dedicada a esta cuestión. Los chiquillos huérfanos, abandonados, rotos, tienen derecho a recomponer su vida, a disponer de los medios para dejar atrás los días, los años, en los que llegaron a ser tan vulnerables. De este modo, la búsqueda del bienestar del niño se convierte en el primer aliado de su futuro.

En las modificaciones del Código Civil aprobadas el viernes por el Consejo de Ministros, que abren paso a la posibilidad de matrimonios entre personas del mismo sexo, no ha quedado suficientemente demostrado que la adopción en esas circunstancias haya sido tratada con el sosiego y el esmero que son exigibles.

Las nuevas formas de contrato matrimonial, que el Gobierno someterá al Parlamento para su debate y aprobación, conseguirán derribar una formidable barrera de desigualdad que afecta a muchos ciudadanos. Enseguida lo comprobaremos. Pero la conexión que se realiza entre esas modificaciones legales y la posibilidad de solicitar hijos en adopción de manera conjunta, merecería algunas salvedades, si no queremos perder de vista que en la tarea de llevar adelante a los más pequeños, todas las cautelas son pocas.

Quienes dudan de la capacidad de gays y lesbianas para cuidar y educar a los niños que les puedan ser confiados, merecen el más contundente desprecio. La orientación sexual no modifica las capacidades paternales o maternales, ni el nivel de entrega. Tampoco el cuidado de los niños por parejas heterosexuales es garantía de acierto. Sobran ejemplos de cuántas son capaces de convertir su hogar en un infierno.

Pero mientras la vía del matrimonio sin cortapisas para gays y lesbianas que ha abierto el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero no cale masivamente en la conciencia social, será imposible eliminar el riesgo de que los niños afectados reciban la salpicadura de la reticencia, la coz de la crueldad escolar. Así que, cada cosa a su tiempo.

Si los hijos adoptados son seguramente los más deseados, por la apuesta singular, y dolorosa a veces, de su búsqueda, la feliz llegada no ha de hacer olvidar que traen una historia --corta o larga-- a sus espaldas. Que en la mochila de su pasado hay, al menos, una piedra, la del primer abandono.

Alejar esa carga, difuminarla hasta convertirla en una alianza gozosa con su nueva situación, deshacer otros lastres que pudieran haber cargado las endebles espaldas de los hijos del corazón, son objetivos que no admiten demora, ni permiten acumular mayores sobrepesos.

Así, mientras se avanza en la normalización social de estos nuevos contratos matrimoniales, la prudencia aconsejaría no añadir más tareas al niño que ya experimentó un cambio radical en su vida. Sin olvidar que todo chiquillo adoptado, tarde o temprano, acabará enfrentándose a otra gran asignatura pendiente, la de adoptar, a su vez, a los padres sobrevenidos.

La fórmula sería dar tiempo al tiempo, dentro de los límites de lo razonable. Si el Gobierno ha acertado en sus cálculos, son cuatro millones los ciudadanos que componen la población gay y lesbiana de este país. Toda una legión dispuesta a poner el pie en el acelerador para que desaparezcan los fantasmas de quienes cruzan palos en las ruedas de los tiempos nuevos.

*Periodista