Seguimos sumergidos en la crisis de la deuda europea, segunda fase de la gran recesión iniciada en el 2008 a raíz del estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera. En contra de lo que al principio del 2010 se difundió, los riesgos derivados del déficit público no amenazan solo a Grecia y a otros países periféricos de la zona del euro, sino a todos los miembros de la Unión Europea. Después de un breve intermedio keynesiano, vuelve por sus fueros la ortodoxia neoliberal implantada en las tres últimas décadas. Nueva divinidad de nuestra época, los mercados desconfían de la solvencia de los estados. ¿Qué querrán los mercados? Ya lo sabemos: para que se reduzca un déficit derivado, en gran parte, del gigantesco rescate bancario y de las ayudas a la economía productiva, exigen unos planes de ajuste drásticos, que supondrán, en la práctica, el progresivo desmantelamiento del Estado del bienestar; ya se anuncian mayores recortes presupuestarios en un futuro próximo.

Hacia finales del 2009, la mayoría de los gobiernos europeos aseguraban que la recuperación estaba cerca y que lo peor de la crisis había pasado. Al parecer, se equivocaron, y cualquiera que sea su orientación política todos afirman ahora que la gente ha vivido por encima de sus posibilidades. Resulta sospechosa la precipitación con la que introducen reformas que, lo reconozcan o no, lesionan los intereses de las clases medias y populares. Los gobernantes dan la sensación de haber renunciado a la supremacía de la política, subordinada a los dictámenes de núcleos económicos dominantes, que carecen de legitimidad democrática. Los ciudadanos tendrán que sacar las conclusiones oportunas.

J. Palacio **

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