TCtasi todas las lenguas modernas han tomado del griego un término que conviene analizar con detenimiento. Unos definen criterio como una norma para conocer la verdad y otros asemejan el concepto a la capacidad de discernimiento, pero casi todos estamos de acuerdo en que pocos halagos superan al de "es una persona de criterio". Aunque la diversidad es digna de admiración en casi todas las facetas de la vida, la disparidad de criterios no suele ser una buena compañera de viaje hacia la racionalidad y, en ámbitos como el de las relaciones internacionales, los criterios hay que saber mantenerlos frente a las circunstancias coyunturales o los intereses ocasionales.

Así, habíamos llegado al consenso tácito de que había que respetar más los resultados de las urnas que los golpes de Estado propiciados desde los cuarteles, pero los criterios se disuelven y desaparecen cuando anteponemos los tanques a las papeletas de voto. Luego llega el día en que nuestros apadrinados se salen del tiesto y no sabemos dónde meternos: ya ocurrió hace 30 años con el apoyo de occidente al ejército talibán en Afganistán y parece que vuelve a ocurrir, salvando muchísimas distancias, en Egipto. Son demasiados los ejemplos del pasado y del presente para que, de una vez por todas, occidente anteponga el respeto a los Derechos Humanos por encima de cualquier otra estrategia o interés geopolítico cortoplacista.

Hoy me pregunto si esta crisis de los criterios se aplica también a asuntos más cercanos. ¿Estamos usando los mismos criterios que los británicos en Gibraltar para defender la españolidad de ciudades en el norte de Africa o en la raya hispano-lusa? Tengo mis dudas, lo confieso.