El robo de 20 fusiles ametralladores HK y 10 pistolas del armero del Regimiento Castilla XI de la Base General Menacho de Botoa es un suceso de todo punto inquietante: por un lado, estamos ante unos ladrones bien organizados, con conocimiento del terreno --si hubo colaboración directa desde dentro del acuartelamiento está por dilucidar--, y de una gran audacia, puesto que pocos se atreven a perpetrar un robo de estas características en una de las instalaciones militares más importantes de nuestro país. En suma, unos profesionales. Y de otro lado, estamos ante unos militares cuya profesionalidad ha quedado muy por debajo de la de los ladrones. Sonaron dos alarmas, pero ninguna de las dos sirvió para evitar el robo.

Se da la circunstancia, además, de que no es la primera vez que unos ladrones dejan en entredicho la capacidad de los responsables del acuartelamiento para hacerse cargo de la seguridad de las propias instalaciones. Baste recordar que en abril del 2008 se llevó a cabo otro ´golpe´ inaudito: los ladrones utilizaron un vehículo TOA para arrancar un cajero del interior del acuartelamiento y tratar de llevárselo, esa vez sin conseguirlo. Tanto de aquel suceso como de este no cabe otra conclusión que la de que las medidas de seguridad en una instalación señera de las Fuerzas Armadas de nuestro país, que alberga una de las unidades de élite como es la División Acorazada y cuyos soldados han sido protagonistas de misiones internacionales a Líbano y los Balcanes son manifiestamente mejorables. La ministra de Defensa debería exigir responsabilidades inmediatas para que un suceso como este no se repita.