La narración de historias es anterior a la escritura. Es decir, que los seres humanos se cuentan cuentos unos a otros desde hace más de cuatro mil años. Como ha pasado con casi todo, alguien pensó en resumir el arte de contar historias en una sola palabra, y como ha ocurrido casi siempre, fue en el mundo anglosajón: «storytelling». Y como al resto del mundo nos encanta utilizar palabras anglosajonas porque nos suenan profundas e importantes, a partir de la normalización de ese vocablo empezó a adquirir prestigio en todo el mundo su aplicación a la política.

El autor que popularizó el concepto fue quien mejor lo puede hacer: un escritor. El francés Christian Salmon tituló su trabajo «Storytelling: la máquina de fabricar historias y formatear las mentes». Por si el título no fuera suficientemente ilustrativo de por dónde van los tiros, concedió una entrevista a El País (19/10/08) el año en que se publicó, cuyo titular fue: «Vivimos en la gran mentira».

Y aquí llegamos a un primer concepto que debe quedar meridianamente claro. Un cuento es una ficción. Es decir, que es mentira. Es algo tan sencillo de entender que no hace falta explicarlo mucho más, pero parece que se olvida cuando alguien, desde la política, nos habla de «relato»: está fabricando una mentira.

Antes de explicar por qué ha tenido tanto éxito el término «relato», quiero hacer un paréntesis para aclarar que no es lo mismo mentir que gestionar la verdad. Uno de mis primeros artículos en este periódico (29/10/12) versaba precisamente sobre esto y allí escribí: «Lo que denominamos ‘verdad’ es, en realidad, el análisis y expresión de la verdad, su dosificación, su adecuada comunicación y, en política, su puesta al servicio del bien común (...) El problema de la vieja política es que se convirtió, con excesiva frecuencia, en una gestión de la mentira». Pues bien, hete aquí que la «nueva política» —a eso que llaman «nueva política», la verdadera aún no ha llegado— ha reconvertido la antigua «gestión de la mentira» en «el relato».

El concepto «relato» ha sido hábilmente introducido por los politólogos que viven de esto: no olvidemos que hay miles de personas que viven de construir «relatos». En español la palabra «cuento» tiene acepciones peyorativas, a saber: «Relación, de palabra o por escrito, de un suceso falso o de pura invención», «Embuste, engaño» y «Chisme o enredo que se cuenta a una persona para ponerla mal con otra». Además, tiene acepciones conexas que tampoco son positivas, como «cuento chino» («embuste») o «cuento de viejas» («noticia o relación que se cree falsa o fabulosa»), entre muchas otras.

La palabra «relato» aparece, sin embargo, limpia de todas esas connotaciones negativas. De hecho, la primera definición de la Real Academia Española de la Lengua (R.A.E.) tiene un componente claramente positivo: «Conocimiento que se da, generalmente detallado, de un hecho». Es decir, que mientras que quien nos cuenta un cuento nos está engañando, quien nos propone un relato nos está explicando «un hecho», es decir, la verdad. Aunque «cuento» y «relato» también sean sinónimos (como explicita la R.A.E.).

¿Quiénes han introducido el término «relato» en el lenguaje político para hacer pasar una mentira bien contada por algo parecido a la verdad? Se llaman «spin doctors». Otro bonito término anglosajón que ya existía en la Grecia de Homero: Mentor era el consejero de Telémaco en ‘Odisea’. Un «spin doctor» es eso, un mentor, es decir, un consejero, un «asesor para todo» que susurra en los oídos de los dirigentes. No deja de ser divertido que, aunque existan desde muy antiguo —eso fue Rasputín para la dinastía rusa Románov— se profesionalizara políticamente durante el mandato de Richard Nixon: sí, ese presidente de EEUU que tuvo que dimitir hace ahora 45 años (09/08/74) por el caso Watergate.

Así que, resumamos: los consejeros áulicos («de palacio») se inventan mentiras, las llaman relatos, se las escriben en unos folios a los líderes políticos y estos nos las cuentan a nosotros. La rivalidad por construir la mentira mejor contada es eso tan moderno llamado «ganar o perder la batalla del relato».

La próxima semana, segunda parte.

*Licenciado en Ciencias de la Información.