Profesor

Antes, para recorrer media España, nada había como ser cómico; aunque la vida de estos personajes, reflejada en alguna famosa película, no fuera envidiable. Menudas fondas las que les acogían, en las que la cena consistía en un fideo nadando en agua templada, y menudas broncas las soportadas por los actores cuando aquí o allá iniciaban el monólogo de Hamlet...

Como auténticos héroes que fueron, duraron poco, derrotados por la tele. Su lugar fue ocupado sin demora por cantantes y ´conjuntos´, que sustituyeron el tren a vapor por la furgoneta, e incluso al precio de algunas vidas truncadas en su mejor momento se patearon el país verano tras verano. Tampoco se trataba de una vida fácil, claro, pues si hoy actuaban aquí, mañana habían de hacerlo en Vilanova i la Geltrú, pongamos por caso, y al otro en Cangas del Narcea. Y no creo que el recibimiento que les dispensaran los mozos de cada aldea fuera precisamente cariñoso. El aguardiente de las verbenas populares, ya se sabe, produce comportamientos no siempre pacíficos.

En nuestros días las cosas han cambiado y, hoy, ni cómicos ni cantantes. Hoy, quienes se pasean por toda la península cobrando cuantiosas minutas son los conferenciantes en los cursos que toda universidad que se precie organiza en el estío. Desde las más famosas, como la Menéndez Pelayo o la de El Escorial, hasta otras de ínfima categoría, que no seré yo quien nomine. Y se trataría de una muy respetable actividad académica, si no fuera porque presenta algunos rasgos inquietantes. Y, si no, a las pruebas me remito:

Asiste este servidor de ustedes a un curso en el que imparte una lección un conocido catedrático de una no menos afamada universidad. El tema: la aplicación de Internet a la educación. El orador exhibe un currículo avasallador. Se desenvuelve con soltura ante el auditorio y maneja diestramente los apabullantes medios técnicos de que dispone. Sin embargo, juraríamos que lo que está diciendo nos suena...

No hay que esperar mucho para saber por qué. Un instante de búsqueda en el ordenador nos proporciona el texto de una conferencia impartida, ahora hace un año, por el mismo profesor en otro lugar. Y, efectivamente, se trata de la mismita charla. Sobre un tema tan cambiante como el de Internet, en el que un año es un siglo.

Al día siguiente vemos al personaje arrastrando el pequeño maletín de la gira, saliendo de las oficinas de la institución organizadora.

Antes de despedirse de los colegas, abre la cartera de mano e introduce en ella un cheque que imaginamos apetitoso. El mismo que sus amigos anfitriones, cuando sean ellos los invitados por el hoy viajero, introducirán en las suyas en un acto de reciprocidad y camaradería que ilustra, mejor que mil palabras, cómo funciona el tinglado.

Y ante tal certeza, la de haber asistido a una función más de una gira circense, sólo nos cabe un consuelo: al menos estos esforzados trabajadores llevan los pantalones enteros y no ocupan primeras planas de los periódicos.

¡Aún hay diferencias!