Acaba de cumplirse hace poco una década desde que Michael Jackson nos dejó, y tras su muerte la caja de Pandora de su actividad delictiva se abrió. El otrora ‘rey del pop’ fallecía en su mansión alquilada de Bel Air por una sobredosis de anestésicos suministrada por su médico personal, incapaz de decir que no a los requerimientos del artista y más pendiente del maná de dinero que brotaba que de cuidar su salud. Después llegó el juicio y la condena al galeno.

Toda la labor filantrópica y humanitaria de Michael quedaba ensombrecida por lo que había sido una sospecha: el artista era un depredador sexual y sus víctimas eran menores.

Estos diez años parecen haber pasado deprisa desde que leí un despacho urgente de agencia contando su inesperada muerte. Ha sido una década en la que el creador ha pasado de héroe a villano, llegándose incluso a prohibir su música. Siempre precoz, siempre brillante, siempre a la última en composición, bailes y tecnología. Gracias a él y a su ‘Thriller’ la industria del disco descubrió el videoclip como forma de difundir canciones. Y Michael Jackson nunca fue condenado por sus abusos. Su ingente dinero tapó bocas de familias y niños afectados. Este turbio asunto volvió a la actualidad con el documental ‘Leaving Neverland’, donde dos de los afectados, ahora adultos, narraban los abusos a los que fueron sometidos.

¿Debemos escindir la persona del artista? ¿Debemos condenar su música al ostracismo por la repulsión que nos causa el pederasta? A veces me encuentro en esa difícil tesitura y creo que no debe tirarse por la borda una carrera tan exitosa y original, con 15 premios Grammy a sus espaldas. Él convirtió la música ‘negra’ en una música para todos. Como bailarín inventó el ‘moonwalk’, que apareció por primera vez en el vídeo de ‘Billie Jean’. Un genio indiscutible sobre el escenario. Es una lástima que como persona se convirtiera en lo peor que pueda imaginar: un arrebatador de infancias.

* Periodista.