Aunque algunos medios habían anunciado la decapitación de Esra al-Ghamgham, activista saudí, defensora de los derechos humanos, se trataba de un bulo difundido desde Irán, país rival de Arabia Saudí, enzarzados ambos en odios religiosos (chiitas contra sunitas, más o menos como hace siglos se peleaban católicos y protestantes). Esra sigue viva, al menos de momento, lo que no obsta para que resulte escandalosa la benevolencia con que Arabia Saudí es tratada por la comunidad internacional. Aunque oficialmente antisemita (los judíos tienen prohibida la entrada en el país), Arabia coincide con Israel en ser aliada de los Estados Unidos y por eso, mientras los iraníes viven bajo el peso de las sanciones, Arabia puede bombardear Yemen y decapitar por igual a ladrones y opositores políticos en el centro de Riad, en la conocida popularmente como «plaza de chop-chop» pues las decapitaciones son un espectáculo, como lo era hace siglos la quema de brujas en Inglaterra o de herejes en España. Al igual que en esos casos, muchas veces las confesiones se obtienen tras el uso de la tortura.

Un país que decapita a opositores políticos debería ser un paria internacional, pero es todo lo contrario: Hay tortas entre los demás países por hacer negocios con ellos y el nuestro no ha salido mal parado de momento. Arabia Saudí es el principal cliente de la industria armamentística española. Eso lo saben incluso en el pueblo cacereño de El Gordo, donde está la fábrica de EXPAL que produce granadas que van a parar al reino alauita. También fue un triunfo celebrado el colocarles a los saudíes el AVE entre La Meca y Medina, gracias en parte a los buenos oficios (dicen que bien retribuidos) de nuestro anterior monarca, que siempre se llevó muy bien con las realezas árabes. Y ya se sabe que el rey saudí tiene un palacio en Marbella, donde acude los veranos con un séquito de 700 personas que dejan un dinerillo en la ciudad.

Recuerdo que hace unos años contactó conmigo una trabajadora de la Agregaduría Cultural Saudí en España, para invitarme a colaborar en una futura revista cultural, titulada Al-Hamrá (la forma correcta de Alhambra) y cuyo primer número iba a estar dedicado a la literatura española. Dudé antes de aceptar, y si lo hice fue porque pensé que una iniciativa así tenía que partir de las fuerzas más progresistas dentro del país. Hablar de libros, en países donde para la mayoría solo existe un libro, el Corán, ya es contribuir a abrir las mentes. Les envié un artículo sobre poesía española actual, pero fue trabajo en vano. Al final la revista no se publicó, y no sería por falta de fondos, sino de interés. Arabia Saudí no necesita mejorar su imagen y aparecer como un país ilustrado. Le basta con sus reservas de petróleo. Y a Estados Unidos le interesa tener a los saudíes como amigos y enfrentados con los vecinos, no vaya a ser que se pongan de acuerdo, cierren el grifo del petróleo y provoquen una crisis como la de 1973. El capitalismo no necesita la democracia para funcionar, aunque durante la Guerra Fría se quisieran presentar democracia y capitalismo como equivalentes. Del capitalismo al decapitalismo, podríamos decir, con decapitaciones grabadas por smartphones. Tampoco Arabia Saudí es peor que sus vecinos y de hecho, Irán la supera en brutalidad, con más de mil ejecuciones al año, incluyendo ahorcamientos y lapidaciones.

*Escritor.