¡Qué difícil tiene que ser, en política, tener que votar en contra de lo que interiormente se piensa, por estar sujeto a la disciplina que te marca y ordena el partido político al que se pertenece! Me refiero al tema de la Eutanasia, que ahora se ha votado en la Cámara Baja y que se ha aprobado regular por ley con 201 votos a favor y 140 votos en contra, con dos abstenciones.

Está claro que muchos de los ciento cuarenta votos en contra, que pertenecen a diputados del PP y de VOX, habrán experimentado en sus propias familias, o allegados y familiares, algún caso terrible de enfermedad incurable en la que, seguro, habrán dicho al ver a alguien postrado en cama, sin solución ni dignidad alguna que «¡ojalá Dios se lo llevara!». Les tiene que haber afectado y les tiene que doler ver sufrir a alguien sin ningún viso de mejora y con ganas de morir, y posiblemente, como humanos, consideren lógico apoyar una ley que como políticos tienen que rechazar por estricto mandato en sus filas.

Y es humano compadecerse cuando se ve sufrir a un semejante que necesita ayuda para morir con dignidad, siempre que la propia persona haya expresado voluntariamente ese deseo. Entiendo que los políticos trabajan seriamente para hacer leyes que dignifiquen al ciudadano y les haga disfrutar mientras dura su estancia terrenal, no sólo de una buena calidad de vida, sino también de una buena calidad de muerte.

Y Dios está demasiado preocupado con todo lo que tiene allá arriba para ocuparse también de los asuntos terrenales. Por eso, el deseo de «¡ojalá Dios se acuerde de él y se lo llevara!» cuando alguien ve que alguien está sufriendo ante una enfermedad terrible que le impide ser persona, que le impide vivir con una mínima dignidad, no es suficiente. Son los políticos los que deben encargarse de proponer leyes, y en este caso, una ley de eutanasia que vele, en los casos que se necesiten, por ayudar a personas que están viviendo ya una muerte en vida.

Y esto no es tarea fácil, porque no se trata de permitir «el suicidio» o de ahorrar en pensiones, como peregrinamente algunos aluden para justificar su voto en contra de la creación de esta ley, sino legalizar la ayuda de la sociedad a la no deshumanización del individuo cuando sufre en el umbral de una muerte anunciada que le arrebata su dignidad.

Tenemos los vivos, y hemos tenido siempre, una asignatura pendiente que es hablar con naturalidad de la muerte, tan íntimamente ligada a la vida. Y la vida no debe ser aquel valle de lágrimas que los monaguillos cantábamos en la Salve del Catecismo, sino un lugar donde se abogue por vivir sin sufrimiento. Si alguien ruega no querer sufrir el dolor insoportable que le produce una enfermedad incurable que le priva de su calidad humana, no podemos cerrar los oídos, aunque se pertenezca a un partido político que te dicte hacer o decir lo contrario.

Ofrecer la posibilidad de elegir a un ciudadano en una sociedad justa no obliga al individuo a esa elección si no lo desea, pero cuando se pregunta a diez personas de nuestro país y siete están a favor de poner freno a un sufrimiento injusto e inhumano con una ley que, justamente, controle el derecho a morir con dignidad, cualquier político que se precie debe darse por aludido y actuar coherentemente en la nueva ley de eutanasia para que nadie, nunca, tenga que necesitar de la caridad de nadie para poder morir dignamente.

*Profesor jubilado.