Tengo grabada, para tirar de ella de vez en cuando, esa imagen del escritor Arturo Pérez Reverte entrevistado por Jordi Évole. Sentados en una mesita redonda de terraza, café por medio, charlaban tras la salida de la crisis financiera e inmobiliaria de 2008. El periodista catalán le preguntaba si habíamos aprendido la lección de la codicia, la avaricia, el pelotazo y la ruina. «¡Qué va», le contestaba Reverte, muy resuelto. «La gente está esperando que todo pase, para volver a hacer exactamente las mismas locuras».

La conversación podría repetirse perfectamente ahora. Poco a poco, casi todos los que durante el encierro casero reflexionaban, reflexionábamos, sobre el «hombre nuevo», perdón por la incorrección de género, que podría salir de esta crisis trágica, están procediendo a un borrado más o menos rápido, un ‘delete’, de todos esos «malos pensamientos» y propósitos que en sus refugios domiciliarios habían ido elaborando.

Por suerte, no dejan de oírse voces de llamada a la sensatez, a la cordura, a no reanudar el mismo camino. Este mismo sábado una señora octogenaria, por la radio, alertaba desde Cantabria contra la tentación de volver al turismo masivo, depredador, loco, consumista, que ahora estaría poniendo sus ojos -y lo peor no son esos viajeros uno a uno, sino los turoperadores, las agencias-- en el medio rural, que amenazan con arrasar como ya han hecho con Barcelona, Madrid, y tantos ‘destinos turísticos’.

Durante este tiempo me he preguntado qué demonios se les ha perdido a miles de chinos para cruzar medio mundo y montarse en aviones, con sus motores ensuciar la atmósfera, soltar por tonelada gases de efecto invernadero, y plantarse en Lisboa o en Mérida pasando por un restaurante de Valdepasillas en Badajoz. ¿Conocen acaso su país, China?

Pero lo mismo podría decir de los españoles que buscan destinos ‘exóticos’, Vietnam, Seychelles, o más cercanamente una escapada de finde a un Praga atiborrado de turistas buscando un hueco o permiso para hacerse una foto en el puente de Carlos, para acabar tomando café, o comiendo, en las mismas franquicias basura, por baratas, que tienen en su ciudad española de residencia. ¿Conocen acaso las cinco villas de Aragón, las Merindades de Burgos, la Ribeira Sacra de Orense, el Maestrazgo de Castellón-Teruel, o la maravillosa Sierra de Gata?

Qué país este, tampoco tan diferente en algunas cosas en ese sentido a otros europeos, en el que los gobiernos nacional y autonómicos no tienen dinero, llegado el caso, para comprar equipos de protección para sus sanitarios, respiradores, pruebas PCR, mascarillas, o pagar investigadores en busca de remedios y vacunas, pero en el que grandes empresas, españolas y multinacionales, no tienen problema alguno en recolectar, casa a casa, español a español, una jugosa cuota mensual para ver por la tele a Cristiano, Messi, las estrellas del Atleti o las del Valencia. ¿Qué disparate es este? ¿Qué mierda de fiscalidad tenemos que cuando hay una emergencia sanitaria, tenemos que tirar de otras partidas presupuestarias sensibles, como las sociales, las educativas, las infraestructuras?

¿Cómo plataformas audiovisuales estadounidenses ganan clientes por miles pero nuestra TVE se arrastra con una, salvo La 2, programación impresentable, y en la que ya ni los telediarios parecen fiables, abriendo un domingo a las tres con informaciones no contrastadas como que Pedro Sánchez había dicho que en unos días algunas autonomías saldrían del estado de alarma?

No, no quiero que volvamos al mismo disparate de un país ultraliberal, una selva más bien, con estas desigualdades sociales, económicas y territoriales; con un Estado débil, un gobierno, del signo que sea, sin capacidad de maniobra política, a veces arrodillado ante las multinacionales y los bancos. Un país que, en cierta manera, se está convirtiendo en una pequeña Cuba de Europa, un lugar en el que ir a divertirse porque aquí todo es barato, todo está permitido, y la gente no tiene más remedio que ser servicial. Y de donde las multinacionales, tras haberse beneficiado, pero al menor problema, se van (Nissan).

*Periodista.