TStupongo que, igual que yo, muchos son los ciudadanos que en periodo de elecciones miran a los políticos con más recelo que nunca. Es precisamente durante ese tiempo cuando sacan su verdadera destreza demagógica. Creo que a todas las campañas se las deberían nombrar temporada abierta a la caza del voto con demagogia. Luego, tras la gran jornada de caza --ya saben, durante el recuento de votos-- cada político sacará pecho o agachará la cabeza conforme al tamaño y número de piezas cobradas. El disparo de la demagogia es recurso muy habitual de todo político. Porque la demagogia cuela por sistema, es como una bonita caja de regalo sin nada dentro. Cuando el regalado la abre y comprueba su vacío no se desilusiona en exceso, porque aún conserva en su subconsciente la impactante imagen del bello recipiente. La demagogia es como una mentira disfrazada de verdad: decir a un pueblo lo que ese pueblo quiere oír, aunque se sepa que las palabras proceden de alguien que no cree realmente en lo que dice pero está obligado a decirlo. Las promesas incumplibles --recursos torpes de algunos políticos-- no son demagogia, son sólo burdas mentiras y el pueblo, en general, no se las traga ni untadas con miel.

A partir de ahora y hasta el último minuto del día 18 de noviembre --el 19 es día de reflexión y se callan los políticos-- estén preparados para oír muchos disparos demagógicos en esta contienda a cara de perro entre PSOE y PP. Aún con esta crisis que nos ahoga, se nota demasiado que el principal objetivo de ambos, ante todo, es ganar las elecciones.

A mí a veces la imaginación se me desborda y me he preguntado qué ocurriría si un ente superior celestial viniera a la tierra y ofreciera una solución total a la crisis en España a cambio de un pacto de unidad entre PSOE y PP, de manera que cada uno aportara soluciones al contrario y aceptara las aportadas por el otro.

Perdonen el lapsus, debo tener una imaginación demasiado demagógica.