Con menos de 12 horas de diferencia, dos personas han muerto este fin de semana practicando actividades deportivas. Una, ahogada mientras descendía el río Noguera Pallaresa, en Lleida, practicando el hidrospeed ; la otra, en la playa de Tossa de Mar (Girona) cuando realizaba una inmersión nocturna. Las regulaciones administrativas y las medidas de alerta y de rescate son cada vez más amplias. Y estas dos actividades son de las más reguladas. Pero los esfuerzos para garantizar la seguridad en los deportes etiquetados de aventura, en el montañismo o el submarinismo o en un baño en la playa, a menudo son insuficientes.

En algunos casos la culpa radica en la escasez de medios, la poca preparación de los organizadores o la falta de una normativa exigente. Pero demasiadas veces lo que falla es la percepción de que cualquiera de estas actividades es un deporte con riesgos reales en los que el azar puede causar una tragedia, por lo que son necesarios material adecuado, preparación física, conocimientos técnicos y, sobre todo, prudencia. Olvidamos que una montaña, un curso de aguas bravas o el mar son lo que son y tendemos a equipararlos a unos polideportivos seguros y estables. Y eso es un error.