Hasta cuándo tendremos que ser uno de los países más ruidosos del mundo. Somos generosos, solidarios, pero ¿por qué hacemos tanto ruido y, además, lo consentimos? "Por tradición", me contesta más de un compañero con orgullo patrio. Y eso justifica las motos con el tubo de escape trucado. Y los acelerones gratuitos que provocan una sinfonía infernal. Y los automovilistas que tocan el pito por tener que esperarse cinco segundos. Y la tele del vecino a volumen cinéfilo de soundround hasta que le dé la gana. Y la música con decibelios que compiten con discotecas. ¿Qué podemos hacer ante semejante atropello conciudadano? Más bien nada. Aún con una legislación al respecto, todos sabemos que la indefensión es absoluta. El daño que le hacen estos incívicos a la sociedad es tremendo, sobre todo porque actúan contra los más débiles, bebés, niños, ancianos, enfermos y gente que trabaja de noche. Es un problema de todos que todos obviamos. Es un problema de educación, reeducación diría yo, y la Administración nunca actúa de oficio, ni las policías locales. No hay programas en los centros de enseñanza, que es donde están nuestros futuros adultos. No colaboran en concienciar los medios de comunicación. Ni los legisladores. Ni la sociedad en general, que consentimos, tragamos y, como siempre, perjudicamos a los más débiles. ¿Cuándo empezará la Administración local a sancionar a las motos ilegales y a llamarle severamente la atención a los que tocan el pito? No hace falta un estudio económico que cuantifique el daño que hacen estos delincuentes acústicos. Dejemos de tolerarlos.

Fernando Pizarro Ruiz **

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