Antes del covid-19 se predicaba el emprendimiento económico individual como el reto casi universal para el crecimiento humano. El paro se percibía como ineptitud individual para competir en el mercado laboral. Disponer de tiempo para el ocio parecía un fracaso personal, casi un vicio insano, y nunca un derecho colectivo.

Ya era contradictorio, y lo será aún más, empeñarse en conseguir el pleno empleo, que todos trabajemos 24 horas los siete días de la semana y hasta los 70 años de edad, cuando las máquinas pueden hacer casi todo el trabajo humano. No se pueden seguir aplicando las mismas recetas de siempre. Ha llegado el momento de la lentitud. Es necesario pararse y reflexionar sobre otras alternativas posibles para organizar la sociedad globalizada del siglo XXI; atreverse a proclamar en nuestro fuero interno -y hacerlo efectivo durante las actividades más cotidianas- el derecho a la pereza, el derecho a no hacer nada y, no obstante, seguir siendo considerados seres humanos valiosos para nuestros semejantes