La victoria del sí en el reférendum del brexit se basó en un discurso contra la inmigración que fue directamente xenófobo. El asesinato de la parlamentara Jo Cox a manos de un perturbado de extrema derecha fue un aviso de que la sociedad británica enfilaba un camino muy feo. Ganado el referéndum por los partidarios de abandonar la UE, y pasado el shock inicial, el Gobierno de Theresa May y el Partido Conservador no han dudado en tomar como propios parte del discurso y algunas de las política del xenófobo UKIP. Los planes del Ejecutivo de May, aún difusos, incluyen medidas como la confección de listas de extranjeros. No es de extrañar que entre los cientos de miles de extranjeros que residen en el Reino Unido cunda la preocupación, porque si en los pasillos del poder el discurso dominante le es hostil, su traslación a la calle puede dar a situaciónes desagradables e incluso peligrosas. Que el Reino Unido caiga en las garras de la xenofobia y el populismo es altamente preocupante. Y un nuevo ejemplo de la trampa en la que a menudo cae la derecha europea: la paradoja de pretender frenar a la ultraderecha aplicando sus políticas y legitimando su discurso.