La participación activa de padres y madres en la vida de los centros educativos presenta desde hace tiempo unos números realmente bajos, tanto en lo que se refiere a las elecciones de los Consejos Escolares como en la implicación en las ampas. Es más alta en los estadios iniciales de la educación (guarderías y jardines de infancia), desciende en la primaria y llega a unas cotas alarmantes en la secundaria.

El reciente ejemplo del porcentaje inferior al 10% de media (entre el 32,9% de preescolar y el 2,6% de los institutos) en las elecciones para escoger representantes en el Consejo Escolar nos habla de una desafección creciente y de una dejadez en cuanto a las responsabilidades que, como tutores, deberían ejercer padres y madres en el entorno docente de sus hijos. Hay diversas causas, entre las cuales no es la menor la disminución de la confianza en el sistema y en las posibilidades de cambiarlo no solo a través de medidas de choque sino a través del trabajo cotidiano en un órgano que, conviene recordarlo, aún es --aunque las perspectivas políticas parecen ir en detrimento de los Consejos-- el más decisivo en la vida de la escuela. Desde la programación al ideario, pasando por la aprobación de actividades y presupuestos, el Consejo Escolar, con la intervención de padres, profesores y alumnos, rige los destinos de los centros.

Da la sensación que las relaciones entre padres y profesores se mantienen (y a medida que se avanza en la escolarización, más) a un nivel individual, con una preocupación explícita por cada caso subjetivo y sin tomar conciencia que guarderías, escuelas e institutos son un microcosmos en el que niños y jóvenes viven una experiencia decisiva en su formación, en la que, por supuesto, los responsables no son solo los profesores sino también, y de un modo intenso, la familia. En cuanto a las ampas, son percibidas en su calidad de suplencia de los recursos cada vez más limitados de los centros, como necesarias para organizar el comedor y las actividades extraescolares, pero con una mínima implicación en su funcionamiento, basado en la voluntariedad.

La educación es asunto de todos. En tiempos de crisis todavía más, porque es cuando más imprescindible se nos aparece la responsabilidad paterna y la intervención consciente de los ciudadanos ante la Administración. Conviene tomar buena nota de ello.