WLwas incendiarias declaraciones antisionistas del presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad , unidas a la decisión de Teherán de reanudar la producción de uranio enriquecido, agravan aún más la crisis en torno a Irán. La inquietante perspectiva de que el régimen de los ayatolás tenga armas nucleares afecta a Israel, pero también a las grandes potencias, empeñadas desde 1968, sin apenas resultados, en impedir la proliferación nuclear. El Reino Unido, Francia y Alemania, que en noviembre de 2004 llegaron a un trato no nuclear con Teherán a cambio de contrapartidas económicas, son los primeros frustrados. El radicalismo de Ahmadineyad deja en entredicho la débil estrategia europea de contención y apaciguamiento, respaldada a regañadientes por Washington. Probablemente, las ambiciones nucleares iranís acaben siendo examinadas en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero allí será difícil un acuerdo sancionador, dados los intereses comerciales de China, Rusia y de la propia UE. Ante eso, la única alternativa es negociar y garantizar el uso no bélico de aquel uranio. Porque una actuación militar contra las instalaciones nucleares iranís, en línea de lo que piden los halcones de EEUU e Israel, causaría un cataclismo.