TTtras las vacaciones de verano las consultas de los psicólogos y abogados reciben más clientes que nunca: los psicólogos para tratar de aplacar el estrés sufrido por la pareja durante el impasse y los abogados, para tramitarles el divorcio.

Las vacaciones organizadas para descanso de la tribu familiar son agotadoras y causan más inconvenientes que beneficios. Lógico: el tiempo que antes dedicaba uno en santa paz a trabajar en la oficina o a reforestar bosques tiene que emplearlo ahora en cohabitar con los seres queridos, y ya se sabe que la confianza da asco.

Vacacionar es duro y, además, dañino, porque demasiada vida en familia puede acabar destrozando lo que más quieres: la propia familia. Lo ideal sería escalonar las vacaciones: mandar a los niños al campamento en julio y dividir el mes de agosto en dos: una quincena para el marido y otra para la esposa. No es cuestión de descansar a secas, ni descansar con la familia, el objetivo es descansar de la familia . Ella podría tomarse unos días de meditación en el Tíbet y él marcharse a recoger cangrejos gigantes a Tahití (o viceversa) mientras los más pequeños se quedan en casa tras el campamento, libres de sus padres, haciendo lo que no pueden hacer el resto del año: respirar tranquilos.

No es de extrañar que algunos padres se carguen de trabajo, excusa social con la que más de uno sortea el estrés familiar. Más paradójico es el caso de esos padres conservadores que rehúyen de su progenie y a quienes solo se les ve con ellos en las manifestaciones profamilia.

La familia es un ONG y un depredador al mismo tiempo: te lo da todo, pero también te roba hasta la última de tus energías. Un periodo vacacional en soledad podría ser la fórmula para hundirles el negocio septembrino a abogados y psicólogos, y de paso restituir la armonía en el hogar. Para amar, como para todo, hay que estar descansado.