La liga mundial de las finanzas y la del fútbol se han dado cita en Inglaterra. En los últimos meses se ha visto coincidir a los mismos protagonistas en las portadas de los diarios económicos y en las de los deportivos de la capital británica. De un lado, la profunda crisis financiera global --que arrastró a la quiebra a alguna entidad bancaria genuinamente británica y también a otras entidades de ámbito mundial que tenían su sede junto al Támesis--, provocó la aparición en los corros de la city londinense de nuevos inversores capaces de paliar con creces la falta de liquidez de los bancos en quiebra, sencillamente porque a ellos les sobraba el dinero. Fueron fondos con sede en países asiáticos y también del golfo arábigo del petróleo.

A diferencia de épocas anteriores, cuando la riqueza descomunal acumulada en los años 80 por los emiratos se convirtió en inversiones estratégicas en las principales empresas claves de EEUU y Europa (a escala española apareció el grupo KIO, los inversores de Kuwait que tomaron posiciones en los sectores de la banca, la química y las papeleras), ahora los nuevos inversores en petrodólares, en este caso de Abu Dabi, tras salvar de la quiebra a algunos bancos de Suiza y de Estados Unidos por la crisis de las subprime, también quieren notoriedad pública inmediata y han comprado un club de fútbol que, aunque es un clásico de la Premier, su importancia en la competición es secundaria: el Manchester City.

Hace años, cuando los clubs ingleses quedaron en venta por su escaso atractivo en bolsa, los compraron rusos o americanos ricos; es el caso del Liverpool y sobre todo del Chelsea, que ha pasado de ser un club de medio pelo a los punteros de Europa tras ser adquirido por el magnate ruso Abramovich. Ahora aparece la familia real de Abu Dabi. La compra millonaria de Robinho, el jugador despechado del Real Madrid, y las ofertas que el jeque de turno dice que va a ofrecer para formar el mejor club de la Premier y de Europa no deberían sorprender: los advenedizos millonarios aparecen cada temporada y desaparecen de la misma manera. Lo que debería preocupar es esa permanente inmunidad de los protagonistas de ocasión y sus excentricidades. Tanto diluvio de millones de euros, del que se benefician dirigentes de clubs e intermediarios, a menudo tienen su origen en fortunas amasadas en operaciones financieras irregulares, en España y en el resto de la UE, pero que apenas motivan una investigación solvente por parte del fisco de los países donde se registran estas operaciones.

Este fenómeno no afecta solo a la economía, sino a la esencial del propio juego: estos ricos, que no son aficionados y que se caracterizan porque tiran de talonario con tanta ligereza, no saben que el fútbol es mucho más de lo que ellos piensan. Para empezar a entenderlo deberían reflexionar sobre lo acontecido en la última Eurocopa, que la ha ganado la selección española con un entrenador sin ningún carisma y unos jugadores sin vedetismo que inician la liga en el mismo club del año pasado, sin atender a ofertas desorbitadas.