Historiador

Resulta que ahora nos sorprende y congratula que algunos de nuestros alcaldes decidan, lo que coloquialmente se conoce como sacar el despacho a la calle. Ello permite, a juicio de los comentarios escuchados/leídos, el contacto directo con el representado y, a su vez, una recogida de información directa que el distanciamiento de la moqueta imposibilita. Todo esto sería de agradecer si el objetivo fuese ése. Ahora y siempre. Porque el conocer, a pie de obra, la realidad que nos rodea, es una obligación de nuestros cargos públicos. Gastamos ingentes esfuerzos en situarnos dentro de los órganos de decisión de los partidos. Empleamos buena parte del tiempo en hacer que perdure la constancia en la confianza en los que nos nombraron/eligieron (y no vaya a pensar nadie que fueron las bases, la voluntad popular...). Así pasa que el deterioro democrático se traduce en que sea titular el hecho de que un cargo le dé por hablar con la gente.

Mientras, recogemos balances de las iniciativas de nuestros diputados nacionales. Anunciamos discursos repetitivos de mezcla de "renovación y experiencia" en las designaciones de los distintos partidos. Asistimos a la pública subasta, incluido el plagio de algunas próximas ofertas electorales. Nos preocuparemos por conseguir el apoyo de los colectivos de mayor presencia o pasearemos a los dirigentes por toda nuestra geografía. Como resultado final tendremos la empatía temporal cubierta. Un cierto cansancio o hastío acumulado y una lectura definitiva de resultados a la que todo el mundo le sacará un fleco positivo. Después, unos meses para asentarse. Unos años para consolidar posiciones dentro de cada fuerza política. Y luego, a sacar el despacho a la calle. Mucha alfabetización política hará falta para entenderlo.