Mañana es el Día de Extremadura. Una festividad que suele pasar algo desapercibida, y no digamos si, como este año, cae en domingo. Sería curioso comprobar la atención mediática que se le dedica a nivel nacional, comparada a la Diada de Catalunya, tres días después. Vale que esa región tiene siete veces más población que la nuestra, pero apostaría a que la atención que se le dedica no es siete, sino setenta veces mayor.

Además, la cosa a nivel regional está tranquila, vamos: una balsa de aceite. Guillermo Fernández Vara, con un eslogan tan simple como «por Extremadura, no te la juegues», arrasó y obtuvo mayoría absoluta ante José Antonio Monago, que había anunciado que si se daba ese caso, se empadronaría en Portugal. Otra promesa que, de momento, no ha cumplido, lo cual a los portugueses tampoco debe inquietar demasiado.

Seguramente en la aplastante victoria de Vara influyó, además de sus méritos, el triunfo de Pedro Sánchez en las generales del mes anterior. Si el país lo iba a gobernar el PSOE, nos convenía tener aquí al mismo partido, pues eso facilitaría que a nuestra región se la tuviera en cuenta. Tal como está el panorama, con la izquierda tirándose los trastos frente al abrazo de la derecha, ya veremos si en unos meses no hay un gobierno que haga oídos sordos a las reclamaciones de Extremadura.

Que son, claro, las de siempre, las que ya cansan de tanto repetirlas: un tren digno, para empezar. Digno y, añadiría, con mejores horarios, que hagan posible a las personas que tienen que ir, no solo a Madrid, sino a cualquier parte del mundo, no perder uno o dos días más de los que necesitaran si vivieran en cualquier otra región. Un tren que recorriera Extremadura de noche para llegar a Madrid a las siete u ocho de la mañana y que saliera a última hora de la capital, como lo hacía el Lusitania que se quitó hace unos años sin que nadie protestara. Como tampoco se protestó cuando quitaron el Ruta de la Plata, que vertebraba el Oeste de España, y que se sigue echando en falta.

Pero el buen patriotismo, nacional y regional, también es crítico y este Día debería servirnos para reflexionar sobre qué modelo económico queremos para esta tierra.

Parece que hay algunos que quisieran vivir en plena naturaleza pero con smartphone, todoterreno diésel y conexión wifi de fibra óptica. De acuerdo, pero el gasoil y la electricidad hay que producirlos. Se dijo que no a la refinería de Villafranca de los Barros, a mi entender erróneamente, pues no es eso Monfragüe y, en cuanto a las viñas, en Cataluña hay refinerías que las tienen al lado, y no por eso deja la gente de comprar cava. Se dijo que no, contra la opinión de los lugareños, al complejo de Valdecañas, que en principio no tenía por qué costar la vida a una sola grulla. Se dijo que no a la mina de litio en Cáceres: que produzcan el litio en otro sitio, que contaminen allí y nosotros lo usemos en nuestros smartphones, al fin y al cabo eso es la sociedad de la externalización.

Hace poco, en un referéndum en el que participó menos de la mitad de sus habitantes, Montánchez dijo que no a un parque eólico. Ahora, tampoco la energía más limpia es deseada, pues, argumentan, Extremadura ya produce mucha más energía de la que consume. ¡Toma! Y en Galicia se produce más pulpo, en Valencia (o en Montijo) más naranjas, y en Miajadas más tomate del que se consume. De eso se trata, de tener superávit en algo. En esa mentalidad hay una parte encomiable, y otra no tanto: de un lado aquí se vive muy bien con menos ingresos que en otros sitios; de otro, hasta en África saben que solo de turismo y sector primario no se puede vivir, y todos los estudios dicen que, sin un aumento del sector industrial en Extremadura, la bolsa de paro y pobreza se seguirá manteniendo igual.

* Escritor