Debemos usar mascarilla, o no usarla. Debemos llevar guantes... o no. Los objetos retienen el virus durante días, o no lo retienen. El calor extremo acabará con él, o tan solo le hará una caricia. Lo sufriremos durante años o desaparecerá en junio para volver en septiembre (o dentro de diez años, como asegura el neumólogo ruso Alexánder Chuchalin). El virus surgió de manera natural en un mercado de Wuhan, o fue creado por el hombre en un laboratorio cercano. Los contagiados pueden volver a recaer... o ya son inmunes... Los perros transmiten la enfermedad, o no la transmiten. Debemos mantenernos confinados en casa a cal y canto, o debemos seguir haciendo vida normal para favorecer la inmunidad de rebaño.

Estas son solo algunas de las contradicciones en las que han incurrido los supuestos expertos en coronavirus, los cuales no pierden ocasión, con sus doctas declaraciones, de impugnarse los unos a los otros, por no hablar de aquellos que trataron de convencernos de que la Covid-19 es casi como una gripe común. (Al adverbio «casi» debemos atribuirle los miles de fallecidos, los colapsos en los hospitales, las morgues habilitadas a toda prisa para la ocasión y la crisis económica que está a la vuelta de la esquina).

La única certeza que tenemos acerca del coronavirus es que no tenemos ninguna certeza. Cabe pensar que poco a poco iremos controlando la pandemia, y que, con un poco de suerte y de buen hacer, el SARS-CoV-2 acabará por desaparecer, como hizo el SARS, el MERS, las hombreras y las cabinas telefónicas.

Los expertos epidemiólogos, digámoslo ya, no están aportando mucha luz al caso, sino más bien todo lo contrario. Les sobran carreras, doctorados y títulos, y les falta experiencia con un virus desconocido hasta hace muy poco.

Barrunto que nuestro futuro lo escribirá el tiempo y no esos expertos que nos aconsejan una cosa y la contraria.

*Escritor.