Tras meses de profundo desencuentro entre la Administración de Obama y el presidente de Afganistán, Hamid Karzai, este y ocho de sus ministros han sido recibidos en Washington con grandes muestras de hospitalidad y con la voluntad de construir una relación estratégica. Ello no significa que la desconfianza estadounidense hacia el dirigente afgano haya desaparecido, ni que las suspicacias de Kabul hacia EEUU se hayan volatilizado. Ocurre simplemente que el tiempo corre y si Obama quiere cumplir con el anunciado inicio de la retirada de sus tropas a mediados del 2011, tiene que darse prisa en romper la influencia talibán y estabilizar el país. EEUU y los aliados de la OTAN preparan lo que en todo menos en el nombre será una gran ofensiva, a iniciar en pocos meses, en Kandahar, la mayor ciudad del sur. Allí el movimiento talibán es muy fuerte. Los resultados de la ofensiva de febrero en Marja, en el oeste, no son alentadores. La acción militar consiguió echar a los talibanes de la ciudad, pero pervive su influencia. La fase posterior, la de crear unas instituciones civiles democráticas, está encallada, ya sea por falta de personal preparado o por desidia de Kabul. Esta es la gran dificultad de EEUU en Afganistán. Resulta tarea ímproba la creación de estructuras que ofrezcan seguridad y servicios básicos a la población de modo que esta deje de buscar la protección talibán. De ahí la necesidad de contemporizar con Karzai, el único interlocutor, pese a lo que Washington piensa.