El mismo día en que se cumplían seis meses de la llegada de las tropas estadounidenses a Bagdad moría asesinado el hombre de los servicios de información españoles en Irak, José Antonio Bernal Gómez. No fue la única víctima mortal del día. También perdió la vida un soldado de EEUU en un ataque y otras nueve personas murieron en un atentado suicida contra una comisaría de policía.

La posguerra de Irak es un caos. Pero donde sí parece haber un orden siniestro es en la elección de las víctimas de los terroristas, o resistentes. Sus objetivos son las fuerzas de ocupación, los organismos internacionales y la policía local, a la que consideran colaboracionista con los ocupantes. Preferiblemente, los menos protegidos.

España, que ya se distinguió por su apoyo inquebrantable a la guerra ilegal de Estados Unidos contra Irak, está hoy, con su presencia militar bajo mando polaco, implicada en una ocupación carente del más mínimo apoyo de la ONU.

Bernal, suboficial del Ejército del Aire, es el segundo militar español que muere en Bagdad. Los riesgos de las fuerzas españolas en Irak corren paralelos a la tozuda decisión del Gobierno de que formemos parte de los ocupantes del país.