No hay congreso, inauguración o celebración que se precie que no incluya la presidencia de un político y su correspondiente discurso. A veces incluso son dos o tres, pues hay que cultivar el ego de alcaldes, presidentes de diputaciones, presidentes de juntas, consejeros y hasta concejales, con lo cual se propicia un castigo innecesario a los congresistas. Porque los políticos no se conforman con ser un florero, hacerse la foto, sonreír bobaliconamente y pronunciar unas palabras protocolarias. Son unos seres superiores y por ello tienden a dar lecciones y comportarse como un pavo real. De manera que lanzan una perorata en la que pretenden ser originales, exponer un tema con profundidad, hacer gala de erudición y demostrar que saben de todo. Ni siquiera les es suficiente hacer campaña electoral en el acto. Normalmente la originalidad queda convertida en simplicidades, la profundidad se reduce a una lista de lugares comunes y la erudición resulta barata. Parece que ni ellos ni sus asesores tienen especial interés en mostrar prudencia y sabiduría.

Si presiden la inauguración de un nuevo curso universitario no tendrán inconveniente en disertar acerca de cómo debe ser el currículo de las diversas carreras, de las reformas que necesita la universidad, del papel del profesorado e incluso de cómo debe darse una clase. Si su presencia ha sido necesaria para presentar un congreso sobre la cría del ganado caprino no tendrán reparos en asesorar a los criadores sobre las razas más apropiadas para el lugar, las técnicas del ordeño y la salubridad de la fabricación de los quesos.

Y ello, ante especialistas de prestigio que incluso discutirán entre sí, mostrarán dudas y dejarán espacios abiertos. Tampoco sería extraño que el simposio tratara del cultivo del algodón del que resultan ser unos especialistas consumados pues darán una lección de las técnicas e instrumentos más adecuados para lograr aumentar la cosecha y las estrategias comerciales para venderlo a buen precio. Y si han de presidir un curso de Etica no encontrarán óbice para, en un ejercicio de hipocresía y cinismo sin par, proponerse a sí mismos como ejemplo de conducta moral mientras profetizan el fuego eterno para quienes no siguen sus dictados.

XJUEGAN CONx la ventaja de que son escuchados por personas educadas que nunca jamás abandonarán su asiento para no ser testigos de tanta bobada y se conforman con enrojecer de vergüenza ajena. Los aplausos que escuchan van encaminados a mostrar más la satisfacción de que se ha acabado la fantasmada que a ratificar las palabras escuchadas. Nunca serán conscientes de que se les ha llamado para figurar y, si acaso, para que en pocas palabras expongan lo que la sociedad y ellos mismos esperan del acontecimiento. Tampoco estaría mal que aclararan lo que las instituciones que presiden hacen y están dispuestos a hacer para apoyar las conclusiones del acontecimiento.

Y sin embargo son necesarios, porque ya se han encargado los políticos de que la sociedad civil sea incapaz por sí sola de organizar un cursillo, un simposio, un congreso, una cooperativa, y por lo tanto dependen de sus favores, por lo que han de pagar un precio a veces insufrible y sonrojante: escucharles. No es extraño que muchos congresistas lleguen tarde a la inauguración y desaparezcan antes de la clausura y que quienes por obligación, inadvertencia, educación o necesidad de hacerse ver, han de permanecer en el lugar miren más al reloj que a la mesa presidencial.

*Profesor