La verdad es que, ahora que está concluyendo la famélica campaña y arrecian las (casi siempre) sesgadas encuestas, lo que encontramos es un panorama bastante claro.

Como ya sabíamos, los debates han servido para muy poco. No son muy útiles para desequilibrar la balanza. Si acaso valen como método acelerado para perder votos, por errores gruesos o indecisiones vacilantes. O quizá para arañar algún voto entre los indecisos. En realidad, poco más se les puede pedir. Incluso han funcionado bien como entretenimiento audiovisual (que diría Scorsese), pero con tan escasa profundidad en los mensajes, y nivel en general, que se hace difícil pensar que jueguen un papel decisor.

Ya es tan sencillo como esperar unas horas al designio de las urnas. Ocurre que a dos días de la votación sólo se adivinan dos escenarios de gobernabilidad: un aumento de votos/escaños para Pedro Sánchez o que el bloque de derechas, PP+Vox+Ciudadanos, logre una cifra que se aproxime a la mayoría absoluta. Y se supone que hemos llegado a noviembre buscando eso: alguien que ocupe el trono.

No sé si concedemos en exceso a los asesores de cabecera o spin doctors una influencia que realmente no ostentan. Será que nos gusta pensar que siempre hay una mente maestra o una planificación exhaustiva y equilibrada que toma las decisiones de forma cartesiana y analítica. Está lejos de ser verdad, desafortunadamente. Pero, desde luego, si alguien ha sabido trasladar el papel de fontanero entre bambalinas al terreno propio del actor principal, como demiurgo del gobierno socialista, ha sido Iván Redondo. De forma que la repetición electoral parece surgir de una decisión estratégica del asesor presidencial. Sólo a su empeño en continuar jugando (y de momento gana, no le restemos su crédito) su particular partida de ajedrez o la comprobada falta de solvencia política del candidato Sánchez podemos hacer responsables de la repetición electoral.

Pero no se adivina a día de hoy una mejora de los resultados de abril para el PSOE. Lo que agrava la sensación de un exceso de confianza insensato. Las caras y declaraciones de los líderes socialistas son bastantes gráficos, y en Sánchez se dibuja el rictus de aquel al que le han cogido el farol. Los cambios desde abril han sido escasos: ni Más País surgirá como fuerza relevante ni han conseguido arrinconar a los restos del naufragio de Podemos. No sé si antes Sánchez dormiría bien, pero no parece que le vayan a conceder no ya la fuerza mayoritaria que él reclamaba. Puede reclamar la vía de la abstención de los otros partidos, en especial del Partido Popular. Pero para ello necesita crecer: un escaño más, al menos.

En la bancada contraria, el sueño son los 170 escaños, como mínimo, entre las tres fuerzas. Y, en principio, poco importa el reparto entre ellas, asumiendo que pactarán con toda seguridad y que los populares serán la fuerza hegemónica entre los conservadores. Para acercarse a la cifra mágica, los requisitos no son nada sencillos: una movilización superior en la derecha que en la izquierda y un trasvase de votos de parte de la izquierda, especialmente a Vox (que recoge mucho voto en áreas no urbanas o de menor capacidad adquisitiva).

Lo peor de todo es que incluso si se produce cualquiera de las dos situaciones, la gobernabilidad está lejos de estar asegurada. Por parte de los socialistas, porque aunque mejoren el resultado se verán obligados a una negociación endiablada. Sánchez no ha demostrado por el momento cintura negociadora. Que, con todo, no es lo más grave. Por dejarse todas las opciones abiertas, no ha negado ni que vaya a pactar con nacionalistas ni que no vaya a acordar la investidura con Ciudadanos y, si hiciera falta, PP. No es cuestión de que esta táctica le reste votos sino que puede imposibilitar cualquier acuerdo de gobernabilidad.

La subida de Vox tiene el mismo efecto para los populares. Una mayor capacidad de los de Abascal obligará a los populares a asumir determinadas concesiones en una negociación que puede apartar a otros de ese acuerdo. Sí, también a Ciudadanos. Y lograr la mayoría absoluta entre los tres ni siquiera es una posibilidad recogida en ninguna encuesta.

Así que, fíjense, podemos tener que asistir a otra temporada más para ver quién y cómo se obtiene el trono. Y aquí el problema no es el simple aburrimiento. Continuará (el domingo).

Cuartas elecciones.

*Abogado. Especialista en finanzas.