Ahora que se acercan insidiosos vientos de campaña es buen momento para meditar sobre la política como problema. La política es parte de la vida en la tribu. Tribu, manada, escuadra,… Vivir es deambular por el calendario en hatajo. Recua, rebaño, legión,… La grey viene grabada a fuego en el confuso jeroglífico que nos chisporrotea dentro del cráneo. Aunque no estuve presente, creo, por lo que tengo leído, que algo de todo esto hubo desde que el hombre se levantó sobre las extremidades inferiores. No dudo tampoco que, con el paso de los siglos, hemos limado algunas de las aristas del problema. Algunas, no todas.

La tribu tiende a perversa cuando asoma en forma de partido. Un partido es como aquellos muros antiguos que se coronaban, amenazantes, de cristales rotos. Toda una declaración de intenciones. Perversas, por supuesto. Una sentencia: yo y los de fuera. Enfrentados. Nadie nace militando en un partido (salvo los carlistas). Nadie nace, pero se hace. Lo simple es dividir el mundo en dos. La demagogia mata al primer sorbo. Las dos Españas. La mía y la otra. Buena o mala según donde cavemos la trinchera. Los partidos, desde que medio pienso, me estremecen el alma y las entendederas. La pregunta es inevitable: ¿qué hay fuera de los partidos? ¿Es posible otro orden político para encauzar en libertad la convivencia?

Probablemente, con todas sus taras, la democracia parlamentaria es el mejor de los sistemas posibles. Al menos mientras nos empeñemos en dividirnos en mesnadas banderizas, o sea, en partidos. Derechas e izquierdas en espiral. ¿Hay una alternativa? Hubo un tiempo en que creí que frente a izquierdas y derechas, con la misma energía frente a ambas, se levantaba, en señal de unidad, la Falange. Supongo que como esos otros que el 15M se levantaron, ilusionados, contra la casta. Se lo creyeron y, muchos, van dejando de creer. Exactamente como yo. ¿Dónde está pues la tercera España? ¿O, simplemente, no es posible otra España?

La he buscado en los libros; los afines y los contrarios. Y en la barra de los bares. Mi amigo Mateo Giralt, joseantoniano como yo, asegura que una hora de barra de bar bien aprovechada equivale a la lectura de un buen libro. ¿Exagera? Probablemente no. En las barras de los bares están los otros, sus razones y, lo que es aún más importante, sus porqués. Con el tiempo llegué a Chaves Nogales. Entre los dos machados están todos los chaves nogales. A Manuel Machado le pilló la guerra en un bando y a su hermano Antonio en otro. A la fuerza o a voluntad escribieron la guerra con las antiparras de otros. Chaves Nogales, en cuanto pudo, escapó de España y sangró las mejores páginas que, entre millones, se han alumbrado sobre aquel huracán de fuego y odio. Y me hice chavista (y nogaleño). Los libros, pero también las barras. Las barras están llenas de buena gente. De izquierdas y de derechas. Por debajo de la costra, de los grilletes de los lugares comunes, a muchos, a los mejores, les alienta la bondad. Sean cuales sean sus ideas, por encima está el ejemplo de sus pequeñas heroicidades. Son personas, no partidos. Cuando eres partido tiendes a homúnculo.

A estas alturas solo sé que la esperanza no milita. La esperanza aletea en libertad. Es un perfume sin jaula. La encuentras en las personas, no en los partidos. Si entre la maleza pudiéramos escoger las flores, ¡qué bello ramo haríamos! Pero, de momento solo hay elecciones. Partidos, siglas y demagogia. No hay espacio para la inteligencia. El pensamiento acrítico provoca una cierta tartamudez intelectual. Masturba el odio y turba la razón. No hay espacio para opinar en libertad. No importa opinar con crudeza si nos guía suprema ley de amor. No importa que el escalpelo haga sangre, lo que importa es estar seguro que obedece a una ley de amor. Al que dijo esto le fusilaron y se quedaron con su abrigo. Mejor fusilar que pensar. Porque en España, clavo que asoma pide martillo.