La decadencia política se manifiesta como una contracción del sistema político, vinculada a su incapacidad de responder a los desafíos provenientes del ambiente, y de controlar o administrar las transformaciones que en éste se producen. Es una disminución de la capacidad del sistema político para afrontar y controlar con los medios adecuados y a costos humanos y estructurales accesibles los desafíos provenientes del entorno o de su propia dinámica interna. Además, suele señalarse como una de la principales causas de la decadencia política la divergencia cultural y de intereses de la élite con respecto a la masa, que le hace perder representatividad y densidad valorativa y la vuelve en definitiva una élite disfuncional.

En esta descripción sobre la decadencia política se comprimen los actuales problemas políticos y económicos de la sociedad global en todas sus dimensiones. No obstante, para un análisis más audaz sobre cómo la política ha sucumbido frente al pensamiento económico imperante hemos de remontarnos a la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, en la que los bloques vencedores impusieron en su ratio geográfica de poder unas estructuras políticas encorsetadas en sus respectivas cosmovisiones de la sociedad. Por un lado, el bloque Occidental promocionó el Capitalismo (Acuerdos de Bretton Woods de julio del 1944); por el otro, el bloque Soviético estableció el Comunismo. Este, como bien sabemos, implosionó en los años 90 por su propia dinámica interna. El primero --y ganador-- se expandió por todo el orbe adoptando la sociedad total sus postulados de economía liberal superlativa. Es decir, la comunidad política de posguerra diseñó y edificó un sistema de laissez-faire (dejad hacer) comercial para que el tejido económico de los países culminara en una archiliberalización económica que generó mucha riqueza (y también pobreza), pero que ha terminado transformando toda la cultura ético-moral de nuestras sociedades con su altos niveles de hipertecnificación, hiperconsumismo e hiperindividualismo. Entre las consecuencias de este laissez-faire económico, la Gran Recesión de hoy, ha destapado la ausencia absoluta de normas reguladoras en la actividad económico-financiera; y en el plano humano, la relajación moral de una sociedad enfebrecida por maximización del beneficio y la cultura material-hedonista, activando un proceso de asimilación pasiva de los principios sociales del Capitalismo que ha ido colonizando paulatinamente todos los sistemas socio-culturales y educativos de los países, propagando solapadamente una educación cultural consumista, génesis ésta, del modelo social del individualismo posesivo egoísta en el que estamos insertados. Derivándose de todo lo anterior, la monumental plaga de cuestiones sociales irresolubles que han arribado en la crisis sistémica que en estos momentos padece el mundo.

XDE ESTE MODOx, la política a lo largo de los años ha ido cediendo continuamente cuotas de poder al establishmen económico, encontrándonos con la paradoja de que el poder político que dio vida al poder económico se encuentra ahora subyugado por su Frankenstein. Esta es la situación onerosa en la que se halla la democracia política global, o sea, sin mecanismo capaz de detener o limitar las acciones depredadoras de un hijo llamado mercado que devora con parsimonia a su gestante.

Por tanto, el grado de responsabilidad de la política en esta crisis es muy alto, ya que la complicidad sonrojante con la que los líderes políticos y gobernantes de la globalización han coadyuvado a la progresiva desmantelación de los resortes del poder político en los últimos años, es una de las mayores felonías que las democracias de mercado han ejecutado contra los ciudadanos que las conforman. No solo han traicionado a los que deben su quehacer: el ciudadano, sino que se han traicionado a ellos mismos y sus ideales, puesto que ahora es cuando está aflorando el verdadero y justificado descrédito de una clase política en su mayoría sobornable por las efímeras y frágiles veleidades del becerro de oro.