Dos años después de la caída de Hosni Mubarak , Egipto se encuentra en uno de los puntos álgidos de cualquier revolución. Hay una profunda crisis política con el país al borde de una guerra civil. En los últimos 60 años, dos fuerzas han dominado la escena política. En el poder, el Ejército, y en la oposición más o menos tolerada y en ocasiones clandestina, los Hermanos Musulmanes. Con la revolución apareció una tercera fuerza, la de la sociedad laica. De forma democrática la revolución llevó al poder a la cofradía religiosa, pero el presidente Mohamed Mursi , además de mostrar tendencias dictatoriales, ha incumplido todas las promesas hechas en su día, ha abusado del amiguismo y ha hecho gala de gran ineptitud mientras la situación económica que ya era mala cuando el país se sumó a la primavera árabe ha empeorado ostensiblemente bajo su Gobierno.

El Egipto laico ha vuelto a la calle para exigir un cambio de rumbo radical y se ha encontrado con el apoyo total e inesperado de un Ejército presto a intervenir si Mursi no satisface las demandas de la plaza planteando así una enorme paradoja, la de un presidente elegido democráticamente cuyo poder es amenazado con medios nada democráticos por unos militares de dudosa legitimidad. Y todo ello en nombre de la democracia.

La polarización ha obstaculizado la búsqueda de un amplio consenso entre el islam político y la sociedad laica necesario en esta fase de la transición. La cofradía, una vez en el poder después de tantos años de frustraciones, no ha querido ceder ni un milímetro y la oposición no ha sido capaz de unir los varios grupos que la forman, ni siquiera ha encontrado un líder que pueda plantar cara a Mursi. Que a estas alturas el único nombre que aparezca sea el del veterano Mohamed el Baradei indica la incapacidad para crear una plataforma política que vaya más allá de la oposición a Mursi, lo único que les une.

A principios de los 90, en Argelia, un golpe militar impidió la llegada al poder del islam político que había ganado una primera vuelta electoral. La consecuencia fue una terrible guerra civil. Aquel recuerdo debería servir para que islamistas, laicos y el Ejército se empeñen en buscar un consenso. Por el bien de los egipcios, pero también por el del resto de países árabes, los que han iniciado la revolución y los que no lo han hecho.