No es fácil hablar de conceptos intangibles. Todos sabemos lo que es una mesa, podemos tocarla y verla y, por tanto, no tenemos dudas cuando estamos ante una de ellas. Sin embargo, hay muchas ideas que son solo eso, ideas. Pero son tan relevantes que mueven el mundo. Una de ellas es, o ha sido, el prestigio.

Más allá de subjetividades (alguien puede tener prestigio para mí pero no para usted), hay un imaginario colectivo que dicta su juicio. Quizá no nos resulte fácil definir con exactitud lo que es, pero todos sabemos cuando alguien tiene prestigio y cuando no, aunque no estemos de acuerdo.

El prestigio es una característica social que afecta también a organizaciones, instituciones o empresas, pero yo me refiero ahora, en relación con la política, al prestigio personal que atesoran los líderes, teniendo en cuenta la enorme relevancia que el liderazgo adquiere en la dinámica política, en todas las épocas y en todos los países.

Aunque no tenemos aquí espacio para extendernos en esto, es importante que quede claro, aunque suene raro, que la política desde el prestigio no es algo que encaje muy bien en la democracia. De hecho, ya desde Platón y Aristóteles , se distinguía entre diferentes formas de gobierno, y dos de ellas eran la democracia (el gobierno "de los más") y la aristocracia (el gobierno "de los mejores").

Hoy nos parecería escandaloso que un grupo formado por las diez o doce personas más prestigiosas de España nos gobernara, si ello no estuviera avalado por la mayoría. Pero es importante saber que la democracia, el sistema que hemos elegido y que probablemente es el menos malo de los conocidos, tiene también costes y limitaciones.

Dicho esto, podemos definir el prestigio como la estima social en función de méritos. Los méritos cambian a lo largo del tiempo: en la prehistoria un mérito era saber cazar mejor que otros, en las antiguas Grecia y Roma los poetas estaban entre los más valorados y actualmente a quien mejor pagamos es a los futbolistas y a los profesionales de la televisión.

¿QUE ES EL prestigio, hoy, aplicado a la política? Sin duda, hay una triada de méritos que son la llave maestra del liderazgo político: confianza, coherencia y valentía. Después hay otros aderezos importantísimos, como la oratoria, la autonomía, la eficacia o la fortaleza. Pero podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que un líder político no puede serlo sin confianza, coherencia y valentía.

En 1982, por ejemplo, Felipe González era el político español más prestigioso, porque tuvo la valentía de transformar un PSOE lánguido y desaparecido en un partido de gobierno, porque transmitía una enorme confianza en la posibilidad de cambiar España y porque su imagen, sus palabras y sus hechos eran coherentes. Es un buen ejemplo para estudiar la pérdida progresiva de prestigio --que aún conserva en gran parte--, precisamente porque hace aguas la coherencia entre el socialismo que siempre predicó (palabras) y su vida personal (hechos).

De esa generación, quien mantiene mayor prestigio, con mucha diferencia, es Juan Carlos Rodríguez Ibarra . ¿Por qué? Porque ha seguido siendo valiente para defender ideas en contra de la línea oficial del partido, porque su imagen pública mantiene la coherencia con su relato y su pasado y porque sigue generando una confianza que es fácil detectar cuando se escucha a la gente hablar de él.

No podemos extendernos en casos particulares, pero es fácil nombrar entre los políticos de prestigio a personas tan diferentes como Julio Anguita o Adolfo Suárez . Si se fijan, todos los nombrados tienen algo en común: son de otra generación. ¿Por qué nos da la sensación de que no existen, hoy, políticos de prestigio? Porque, efectivamente, no los hay.

Las razones son muchas, y algunas insalvables: la sobreexposición a los medios de comunicación (cuanto más hablas, más te equivocas); la aceptación total de la política como mercadotecnia (la coherencia es imposible cuando tratas de vender un producto, hoy por blanco, mañana por negro); o el desmoronamiento del prestigio del propio sistema (como capitalismo global, como UE y como democracia estatal), que hace que arrastre también al prestigio de quien lo gestiona.

Si Rajoy no puede tener prestigio porque lidera un partido acosado por la corrupción, Iglesias no puede tenerlo porque asusta e inspira muy poca confianza; Sánchez o Rivera , mejor posicionados, no transmiten la suficiente valentía o coherencia. Fuera de ellos, nadie tiene en mente relevos mucho mejores en ningún partido.

No sé si puede haber un punto medio entre la aristocracia pura y que ninguno de nuestros líderes atesore el prestigio suficiente para creer que estamos en buenas manos, pero de lo que estoy seguro es de que en momentos de cambio como este es necesario volver a los orígenes, abrir debates como este y releer a Platón y Aristóteles, por ver si aprendemos algo.