Estas elecciones son las del hartazgo. La cita es como cuando uno va al dentista a salvar una muela y con un apaño pasa cinco o seis meses hasta que resulta que tiene que acudir de nuevo para sacarse la pieza definitivamente. Todo el tiempo perdido para llegar al punto de origen. Así está el PSOE, sabedor de que tiene que pasar nuevamente por el martirio de unas elecciones para obtener el mismo resultado o, lo que es peor, aún menos viendo como los advenedizos de Podemos se suman a Izquierda Unida y le hacen el susodicho 'sorpasso'. Sin embargo, tampoco el PP está de algarabía; hasta ahora cualquier tropiezo socialista les llenaba la talega de los votos, pero desde la irrupción de las fuerzas emergentes en 2015 pareciera que todos los descalabros de los grandes alimentaran la cuenta particular de los nuevos. Y de paso ellos tienen también a Ciudadanos, partido que anda al acecho arañando todo lo que pueden del centro derecha español, hasta ahora patrimonio exclusivo del PP.

La encuesta del CIS del jueves pasado ha venido a arrojar luz sobre lo que todo el mundo vaticinaba en Extremadura aunque en voz baja: que el PSOE pierde un diputado por Badajoz con respecto a lo anteriores comicios y se lo lleva Ciudadanos. Aunque la consulta tiene un margen de error importante en lo que se refiere a esta región y cuenta con un nivel de indecisos del 30% (1 de cada 3 votantes no ha decidido su voto para el 26-J o, al menos, eso dice), lo cierto es que dibuja un panorama pesimista para los grandes partidos, pues no sólo se mantiene la ruptura del tradicional reparto de escaños para PSOE y del PP, sino que lo acrecienta, en este caso en Badajoz.

PESE A QUIEN LE PESE, la configuración de listas de una u otra formación no influye en unas elecciones generales. En unas autonómicas, no digo nada en unas municipales, ir de candidato una u otra persona puede suponer mejorar o empeorar unos resultados, pero en unas nacionales los votantes apenas se fijan en quién ocupa el primer puesto por su circunscripción; se vota a Rajoy o a Sánchez o a Iglesias o a Rivera con independencia de quién le represente por Cáceres o por Badajoz.

Los grandes partidos han tomado la calle desde antes del pistoletazo de salida del viernes. En la campaña del hartazgo caben mítines, sin duda, pero muy bien estudiados y diseñados para los medios de comunicación. No se van a poner ni vallas ni banderolas y el PP incluso ha renunciado a la pegada de carteles. No hay que cansar al votante, no sea que se revuelva y se vaya con otro o simplemente decida quedarse en casa agrandando la abstención. Por eso, se busca al elector en su medio y se le dan las explicaciones que precise, son los nuevos tiempos que nos tocan vivir. En resumen: a hacer kilómetros que Extremadura es inmensa a la vez que dispersa.

Sin embargo, ¿dónde va a estar la campaña de verdad? Sin duda, en la tele. La televisión constituye hoy por hoy el principal valor de los partidos a la hora de afrontar unas elecciones. Los emergentes, sobre todo Podemos, hace tiempo que lo saben y enfocan toda su estrategia a este medio. La reflexión, el análisis, la crítica son para los periódicos; el voto impulsivo, ni siquiera ideológico, el del hartazgo, ese habita en la tele y ahí hay que estar para pescarlo y llevártelo a casa.

Quedan doce días de campaña por delante, pero no sé por qué esta vez el pescado está ya vendido en su mayor parte. Si en las anteriores generales del 20-D la impresión generalizada era que los últimos días iban a ser decisivos por la 'volatilidad' del electorado, esta vez los seis meses de espera mientras se formaba un gobierno que no cuajó han sido más que suficientes como para fijar el voto y sentir de paso el hartazgo de todo lo demás.