Imagínense a un enfermo rodeado de personas que constantemente le hablan de padecimientos, muertes y desgracias y, para colmo, cada día le recuerdan que en cualquier momento podría morir. Ante semejante comportamiento, todos estaríamos de acuerdo en tachar a estas personas de imprudentes y poco sensatas.

Pues bien, esa misma forma de proceder es la que están teniendo con todos nosotros los políticos, economistas y medios de comunicación. Si convenimos que todos nosotros estamos enfermos de crisis por los excesos y avaricias de unos y las imprudencias de los demás, no parece juicioso que se perjudique nuestra convalecencia con constantes mensajes negativos, que no hacen sino sumirnos en el mayor de los pesimismos.

Después de tres años de crisis, no solo no hemos encontrado su solución, sino que la hemos agravado con comportamientos histéricos y desmoralizantes. De todos es sabido que la mejor forma de superar una malatía es infundir optimismo en el enfermo; por tanto, para curarnos de la crisis hablemos menos de ella y, cuando lo hagamos, evitemos los mensajes apocalípticos. La crisis que padecemos es producto de graves desórdenes económicos y, para curarla, nada como una dieta equilibrada y el propósito para el futuro de corregir los excesos y mejorar la gestión de los recursos.

Pedro Serrano **

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