Agotados ya todos los adjetivos sobre el carácter histórico de las elecciones vascas celebradas el pasado 1 de marzo, llega por fin la sesión de investidura del que será nuevo lendakari, el socialista Patxi López. Estos dos meses largos, los que van desde la jornada electoral a la sesión de hoy en el Parlamento de Vitoria, han sido dedicados por el líder socialista vasco a negociar con el PP unas bases políticas para el nuevo Gobierno y a tratar de componer un equipo para el cambio, tanto con militantes del PSE como con independientes. Sean quienes sean los que acompañen a López en el nuevo Ejecutivo habrá que reconocerles de entrada el mérito de haberle plantado cara a ETA. No en vano, la organización terrorista ha considerado "objetivo prioritario" para sus acciones al nuevo Gobierno vasco.

El PNV, por el contrario, ha dedicado este periodo a remachar dos ideas. La primera es incuestionable: que los nacionalistas fueron los ganadores de las elecciones. La segunda, sin embargo, lamentable: que López llega a la ´lehendakaritza´ después de una trampa al sistema democrático --la prohibición por los jueces de las listas blancas de Batasuna, consideradas como ´submarinos´ de ETA-- y, por tanto, sin legitimidad.

De poco ha servido al PNV volver a recordar por activa y por pasiva que en un sistema parlamentario como el que consagran las leyes españolas y vascas forma Gobierno el candidato que reúne los escaños suficientes para hacerlo, independientemente de si es o no el partido más votado. Por tanto, López tiene todo el derecho --como ocurre con Montilla en Cataluña, que formó gobierno a pesar de que la lista más votada fue la de Convergencia-- a ser presidente si ha encontrado los votos suficientes para ello, como es el caso. Por otra parte, la ilegalización de los partidos que no condenan a ETA o, directamente, forman parte de su entramado puede ser discutible, pero se produjo antes del proceso electoral. No fue, como pretende el PNV, una ley preparada expresamente para desalojar a Ibarretxe del poder.

El mandato de Patxi López nace condicionado por el apoyo imprescindible de los 13 escaños del PP, quienes aspiran, desde fuera del Gobierno, a establecer una vigilancia estrecha sobre las decisiones del Gabinete. Eso ha dado pie a pensar que el nuevo Gobierno vasco pueda practicar un frentismo --constitucionalistas frente a nacionalistas-- nada aconsejable. Esa deberá ser la primera tarea a la que se consagre López: evitar a toda costa caer en ese esquema, que hasta ahora habían alimentado tanto Ibarretxe, desde una orilla, como Aznar, desde la otra. Tiene un estrecho margen, pero de eso dependerá su éxito. Si López es capaz de hacer una política atenta a los problemas reales y transversal en temas claves, como el euskera, será el buen lendakari que el País Vasco necesita.