TLto encuentro muchas mañanas. Es un hombre como tú y como yo. Ha pasado la noche entre cartones. Le espera un contenedor donde rebuscar algo que otros tiraron y luego sentarse en la acera envuelto en tristeza esperando una mirada o unas monedas. Los hay en nuestra ciudad. Son miles en nuestro país y millones en el mundo. El Día Mundial de la Erradicación de la Pobreza, como cada año, nos llama a la puerta. El tiempo vistiéndose de amarillo y las hojas llevadas por el viento se hacen viva imagen de hombres, mujeres y niños arrastrados por el torbellino desapacible de la vida, con sus caras amarillas y famélicas en alas de la pobreza. Más de las tres cuartas partes de la humanidad se afanan por asegurar los medios de subsistencia: pan, escuela, trabajo, salud... mientras las naciones que han pasado el umbral del bienestar ponen todo su empeño y sus recursos en mejorar la calidad de vida.

Aquellos que en las aceras tumbados en los harapos de su pobreza nos ven pasar parecen decirnos: Yo soy como tú, aunque no tenga una cama caliente, ni un café vivificante. Yo soy como tú, aunque no tenga nevera ni despensa. Yo soy como tú, aunque no tenga trabajo ni pueda elegir en el supermercado lo que más me gusta comer. Yo soy como tú, aunque no fui a la escuela, ni tenga una familia o unos amigos con quien hablar, como tal vez tú, y aunque no te atrevas a mirarme como yo te miro a tí. Soy como tú, con las mismas pretensiones; pero sin una primavera en mi vida y sin un atardecer coronado de nubes doradas. Queremos vivir y no sólo estar vivos. Sabemos que la vida es también, y sobre todo, libertad y responsabilidad, solidaridad y respeto, amistad, alegría y gozo, cuidado y tolerancia, fiesta, amor y esperanza.

*Sacerdote y licenciado en Filosofía