La entrevista que Carod-Rovira reconoció ayer haber mantenido con la cúpula de ETA para pedir el fin de la violencia ha desatado una tormenta política. Carod ha contactado con la banda en un momento equivocado, cuando está más asediada, y no es argumento que diga que lo ha hecho como secretario general de ERC, porque no puede separar en ningún momento su condición de consejero jefe del Gobierno catalán. Si pensó que su encuentro no trascendería, y no sería utilizado para acorralar al PSOE y garantizar la mayoría del PP, fue ingenuo. Y ha mostrado inexperiencia y poca lealtad al comprometer la cohesión y el prestigio de la Generalitat actuando personalmente en un asunto tan grave a espaldas de Pasqual Maragall. El error de Carod abre una crisis no sólo en el Gobierno catalán, sino entre Maragall y Zapatero, que anoche exigió al presidente autonómico que acepte la dimisión del consejero jefe. Aunque todos los gobiernos de la democracia --incluido el de Aznar-- han hablado con ETA y a veces el diálogo es fructífero --la propia ERC negoció con éxito la desaparición de Terra Lliure--, la torpeza de Carod le deja pocas salidas que no sean la dimisión si no quiere arruinar más una iniciativa, la del Gobierno catalán, que queda ya muy debilitada.