Disculpen la errata del título, habrá sido el subconsciente debido al momento.

Hoy, se debate la prisión permanente revisable, la PPR. Es cierto que el momento no es el idóneo para pensar con claridad, pues el asesinato de un «pececito», por parte de un monstruo, puede condicionar no sólo a la opinión pública, a los votos de los partidos según se hayan decantado, y eso sí que no se puede consentir.

Si ya es doloso conocer por qué, cuándo y cómo ha sido asesinado y el circo mediático en que se ha convertido, ahora tenemos que añadir los reproches y ataques entre políticos cuando son todos sin excepción los que de una u otra manera aprovechan los sentimientos según sus postulados.

Pero es que es difícil pensar con claridad cuando un monstruo proclama, poco después que fortuitamente un par de jóvenes evitase su segundo asesinato, tranquilidad, porque en siete años está en la calle.

Es difícil pensar con claridad cuando los monstruos aparentan entre sollozos y abrazos a la desconsolada madre y al padre buscar a su ya muerta víctima entre los vivos.

Es difícil pensar con claridad cuando se adivina el rédito político de una propuesta de derogación para que un terrorista que haya asesinado a hombres, mujeres y niños no tenga que estar los mínimos 25 años de cárcel que obliga la prisión permanente revisable.

Es más, cuesta pensar con claridad cuando a los monstruos se les aplican los derechos humanos que con violencia, maldad y premeditación arrebataron a sus víctimas, no sólo los derechos, toda humanidad, a ellos y a sus familias.

Si nos fijamos en la definición de monstruo, dice del ser que presenta anomalías o desviaciones notables respecto a su especie, como la mitológica Escila, mujer convertida en monstrua marina y que un terrible día un pececito tuvo la desgracia se fijara en su padre.

No, no es momento de debatir la prisión permanente revisable, porque precisamente el pueblo, al que nuestros políticos dicen representar, cuando quieren, presume de lo que los monstruos carecen, sentimientos, y el primer sentimiento que uno tiene cuando se coge a un monstruo asesino, no es precisamente pensar cuándo podrá soltarlo.