TLtos balcones que dan a la Audiencia de Palma de Mallorca, en temporada alta estos días gracias al caso Iñaki Urdangarin , se han alquilado a precios que oscilan entre 1.500 y 3.000 euros. Estos balcones a disposición del mejor postor conforman un retrato de la España actual, marcada por la corrupción (que simboliza Urdangarin), el morbo de esos millones de españoles que desfallecen por ver durante unos segundos caminar al yernísimo en dirección a los Juzgados, y el oportunismo de quienes arriendan unos metros de su vivienda para alimentar el pan y el circo de un país que nunca dejó de ser romano.

Urdangarin nos ha dado donde más nos duele: en los dineros. Suerte que, en compensación, podemos utilizarlo como diana donde clavar los dardos del resentimiento. El Gran Debate (Telecinco) grabó con una cámara oculta imágenes (¿ilegales?) en las que se le veía en un avión el mismo día que tenía que declarar. Gracias a este gran trabajo de investigación pudimos comprobar que el reo se rascaba la cabeza, hablaba con su compañero de asiento o miraba en dirección a la cámara... En fin, lo que a algunos nos provoca bostezo a otros les endulza el día. Deberían poner una cámara en casa de Urdangarin para que veamos cómo se lava los dientes o prepara el desayuno cada mañana. España sería feliz.

Todos tenemos derecho a la privacidad, todos menos Urdangarin. Justicia poética, quizá. Es el precio que debe pagar este duque de las finanzas peligrosas que, teniéndolo todo, se creía invulnerable. Ya habrá aprendido que en esta España de balcones podridos solo son invulnerables la corrupción, el morbo y el oportunismo.