XExn medio de una gran conmoción internacional por la decisión del domingo 18 de abril del nuevo presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero , de retirar las tropas españolas destacadas en Irak haciendo honor a su promesa electoral; casi en el mismo momento en que el presidente de Estados Unidos, George Bush , tenía el primer encontronazo telefónico con el recién investido presidente socialista por una decisión que el amo del Imperio considera insolidaria; mientras gran parte de la prensa internacional anuncia que la débil coalición que se ha ocupado de la invasión de Irak comienza a romperse y otros países anuncian también la retirada de sus tropas, quien tiene que encargarse, con seriedad y profesionalidad, de esa retirada de tropas, el recién nombrado ministro de Defensa, José Bono , montaba una toma de posesión más propia de un teatrillo de Valle Inclán que de un simple traspaso de poderes, que debería haber sido lo más austero y serio posible dada la situación de nuestras Fuerzas Armadas en Irak. Y, sobre todo, teniendo en cuenta que el país todavía no se ha recuperado del shock de la masacre islamista del pasado 11 de marzo.

Cantantes, folclóricas, artistas, sacerdotes, obispos, nuncios, funcionarios y militares sin graduación asistían a una toma de posesión que más se parecía al bautizo que recientemente montó Bono en la catedral de Toledo, que a un acto castrense en el que se debía haber resumido, con la máxima seriedad posible, la nueva etapa que acaba de inaugurar la presidencia de Rodríguez Zapatero .

No se entiende por qué el intercambio de carteras ministeriales y las tomas de posesión que en todos los ministerios se efectuaron tras la correspondiente jura ante Su Majestad el Rey tuvo que hacerse 24 horas más tarde en el Ministerio de Defensa. No se entiende el espectáculo de la toma de posesión, ni las acusaciones de falta de testosterona de los invitados del PP que habían recibido la orden de ausentarse ("Pepe, nos han prohibido asistir", revelaba en público el nuevo ministro refiriéndose sobre todo al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón , y a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre .

No se entiende la profesión de fe religiosa cuando estamos ante un Estado aconfesional en el que la práctica de la religión es una opción puramente individual e íntima.

No se entiende la apelación al pasado falangista de su padre, al problema de los nacionalismos, al papel que en el acto ocupaba el presidente de la Conferencia Episcopal, Rouco Varela , y el nuncio de Su Santidad, Manuel Monteiro , a su insistencia en que no habrá sindicación ni en el Ejército ni en la Guardia Civil cuando es uno de los puntos del programa electoral del PSOE.

Y por último, y es lo más grave, no se entiende las prisas por cesar al director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), Jorge Dezcállar , en unos momentos de tanta gravedad como los que estamos viviendo para, de un día para otro, colocar, en el lugar más delicado de los servicios de inteligencia a un amigo, Alberto Saiz Cortés , cuyo único mérito es haber sido consejero de Industria y Empleo del Gobierno de Castilla-La Mancha, una actividad muy relacionada con el espionaje y contraespionaje. El perfil de Saiz Cortés , un ingeniero superior de montes que no habla inglés (del árabe no se sabe nada), no es el que debe corresponder al director de nuestros servicios de inteligencia.

Y, sobre todo, no se entiende que ese nombramiento, un nombramiento clave, no haya sido consensuado con la oposición tal como se hizo con el nombramiento de Jorge Dezcállar al aprobarse la nueva ley del CNI.

*Periodista.