En las últimas semanas hemos visto cómo, por diversas circunstancias, se ponía sobre la mesa la difícil situación del campo extremeño, un sector que ya arrastra problemas estructurales, derivados de la escasa rentabilidad de las explotaciones. En este escenario, cualquier elemento que impacte sobre los costes de producción, como la subida del SMI, supone un incentivo al cese de la actividad, que agrava el problema de la despoblación de zonas rurales.

Por eso, desde la CREEX queremos lanzar una propuesta integral para el debate.

¿Por qué una revolución tecnológica es necesaria? Son muchos los factores, por citar solo algunos: permitiría rebajar los costes de producción; minimizaría el impacto ambiental y el uso de recursos naturales; facilitaría el relevo generacional; respondería a las exigencias de un consumidor más concienciado con la seguridad alimentaria y la trazabilidad, y permitiría fijar población al inyectar renta y tecnología en zonas rurales.

La siguiente pregunta es cómo podría aplicarse en Extremadura. El punto de partida sería la concienciación de la sociedad extremeña para que perciba la importancia del campo en la economía y su papel en la fijación de población rural. Además, podemos aprovechar la reputación que nuestras producciones tienen ya, desde el buque insignia que constituyen las DO e IGP hasta la aportación de las producciones ecológicas y lo relacionado con la economía verde.

En esta labor, un paso fundamental es coordinar la labor de los centros de investigación que ya existen en Extremadura y conectarlos a las empresas agroganaderas y agroindustriales, generando un sistema de innovación aplicada que facilite la transferencia del conocimiento.

Como no, la Administración juega en todo esto un papel muy relevante. Por un lado, con inversiones en las redes de infraestructuras de transporte, hidráulicas, eléctricas y telecomunicaciones. Por otro, estableciendo una fiscalidad favorable a esta digitalización, simplificando la burocracia para ganar eficiencia. Asimismo, la Administración debería asumir el liderazgo en los primeros pasos del cambio, ya que, ahora mismo las empresas agroganaderas no pueden acometer muchas de las inversiones. Se trataría de definir una estrategia de digitalización agraria que financie y fomente la innovación en colaboración con el sector privado.

Para todo ello harían falta recursos públicos. ¿De dónde saldrían? Por una parte, aprovechando lo que la UE plantea como política prioritaria de lucha contra la despoblación. Por otra, reorientando partidas hacia esta nueva estrategia, y también reclamando lo que en justicia nos corresponde: no se olvide que España vivió un proceso de reconversión industrial, que los extremeños también pagamos vía impuestos, pero del que no nos beneficiamos. ¿No es justo reclamar ahora la misma solidaridad?

Podría pensarse que cuando se habla de digitalización del campo estamos que hablamos de ciencia ficción o de algo que llegará ‘en el futuro’. No es así, de hecho ya existen desarrollos que podrían constituir un punto de partida. Porque existen, por ejemplo, bancos de datos completos sobre meteorología, composición de suelos, nutrición animal o plagas. Se trata de integrarlos en un entorno Big Data para sacarles rendimiento. También existen ya sensores automatizados, que miden la humedad del suelo, la necesidad exacta de plaguicida o fertilizante en cada parcela, lo que optimizaría esos insumos. Tampoco son ya cosa de ciencia ficción los tractores autónomos ni los drones coordinados con los sistemas de riego y fertilización.

Y son cosas del presente los sistemas robóticos que reciben información y ejecutan las acciones más eficaces y la realidad virtual, que permite a los consumidores, con sistemas tan extendidos como los códigos QR, realizar una visita virtual a la explotación de origen generando una relación ‘personal’ productor-consumidor a través de un simple teléfono móvil.

Son solo algunos ejemplos de algo que ya se está utilizando. Se trataría, pues, de evolucionar pero con una estrategia consensuada y compartida. No se trataría, por supuesto, de que cada agricultor, cada ganadero, tuviese un dron, una base de datos, un sistema propio de sensores, un tractor autónomo…. No, se trata de establecer redes colaborativas y de conocimiento.

Con la complicidad público-privada, apoyos y una estrategia común, la revolución digital del campo es viable e imprescindible.

* Secretario General de la Confederación

Empresarial Regional Extremeña